En
otras ocasiones he hablado de la ligereza de la vida. A pesar de ser
mortales, al ser jóvenes, vemos ese umbral como un final lejano. Pero la tierra
está enferma, está enferma de nosotros y por nosotros, y ahora vemos lo que
hemos hecho, y pagamos el precio por ello. Ahora la gente joven no es inmortal.
La gente vieja tiene que ver morir a sus hijos. Se ha difuminado la línea,
entre lo que se gana una persona buena y una mala. Ya no existe justicia
divina. Se pone en duda que exista un concepto tan complejo.
Ya
no hay buenas noticias cuando se trata de nuestra madre. Sus tierras han sido
profanadas, su agua es un vertedero de males y ambición. Nuestros cuerpos
también enferman por ello. No podemos culpar a nadie, más que a nosotros y al
destino. Pocas veces se es consciente de forma certera de que no tenemos la
vida comprada. De la fragilidad de esos planes que con tanta certeza planeamos
a futuro. Vivimos llenos de contradicciones y sin certeza, excepto de algo;
nosotros somos nuestra perdición.
“Se
encontraron cerca de 12.000 piezas de partículas de miocroplástico por litro en
el Océano Ártico.” Ese lugar que para la mayoría de nosotros es lejano a
nuestro día a día. Pero la existencia del ser humano ha llegado tan lejos, que
hemos dejado vestigio de lo que somos, en tierras que ni siquiera hemos pisado.
Ya
no podemos confiar en nadie. Ni siquiera en la palabra de aquellos que prometen
sanarnos. Todo es un negocio. La dignidad es un negocio, la tristeza es un
negocio, la felicidad es un negocio, la enfermedad y la vida humana, también
son un negocio. ¿Qué somos? Un reflejo de papeles con caras conocidas y números
impresos. Un ser que piensa, que vive en un mundo que no entiende. Descendientes
de algo que no pertenece aquí, una peste, o los hijos incomodos, que ya nadie
quiere.
Nos
empeñamos en amar, y en desear, y por ello creemos que tenemos derecho por
sobre otros. Por sobre esos seres que no tienen voz. Cuando caminamos la ruta
de todos los días, no reparamos sobre ello más que cuando la noticia nos
aborda. Por un momento sufrimos, y después nos olvidamos. Y sin embargo, llega
ese día, en que una circunstancia nos hace darnos cuenta, que un día llegará el
fin, que esa proyección de nosotros en el futuro es una ilusión, y que el ser
que existe en el presente es prisionero de ese espejismo, y sufre y muere, y
llora sin poder hablar consigo mismo.
Somos iguales a todo lo que existe. Mientras
pensamos en ese futuro, devoramos al mundo. ¿Qué quedará cuando lleguemos a ese
tiempo? Qué quedará de nosotros, y de lo que hacemos ahora…
A.I. Mendoza Seda