Ruido: conjunto de
sonidos articulados y confusos.
Hace
unos días el insomnio me mantuvo encendida. Puse atención a los ruidos que
produce la madrugada; la casa dormida, la calle desierta, mi respiración, la
respiración de los que duermen, el suspiro de Marcelo mi perro, aquel suspiro
de satisfacción por haber corrido más de 15 km, de haber cenado sopas de huevo
con leche, de haber perseguido a cuatro gatos y dos perros que no eran del
barrio. Aquel suspiro profundo se une a los demás ruidos, creando una orquesta
nocturna. De repente en la calle escuché que alguien llevaba música a todo
volumen, la madera de la silla de mimbre rechinó, algún soñador tosió, el gato
maulló, el viento sacudió la puerta. Desde aquella madrugada he pensado en la
orquesta de ruidos que se crean cada día.
Son las
seis de la tarde, los pájaros cantan desganados, el ventilador suena apacible,
uno que otro carro rechina por la calle, el lapicero se tatúa en la hoja de
papel creando un pestañeo de ruido, Zizar mi otro perro, rasca la puerta con
sus uñas bicolor por el retumbe de los cuetes,
las miles de ceremonias religiosas han comenzado, y este tipo de ruidos
suelen asustarlo.
Al
pensar en los temores de Zizar recuerdo que existen algunos ruidos que dan
miedo, a veces de forma particular otras de manera colectiva. Por ejemplo el
ruido de un grito con llanto. Ese ruido hace que se cree un silencio
desconcertante. Otro ruido temido es el de un balazo, el de un choque, el de un
atropellamiento. El de un rayo que
anuncia una gran tormenta. Yo le temó al ruido de un tráiler o un vehículo
aparatoso. Hay ruidos molestos, por ejemplo el bullicio de una fiesta cerca de
tu casa en la madrugada, el contacto de una ficha de metal contra el piso, el
ruido que provoca el metal contra el metal, el zumbido de una mosca o un
sancudo. Los ruidos de máquinas trabajando, como una perforadora de
construcción. Motos chillonas.
Los hay
también alegres, como los de una matraca, los chiflidos de un estadio, los
tarareos de un concierto, los aplausos de alguna presentación, los cantos de
las mañanitas, los cantos de los borrachos interpretando a José Alfredo
Jiménez. Existen ruidos tristes, el ruido de las ambulancias, los llantos de
los velorios que luego se convierten en aullidos como si no los produjera un
cuerpo sino más bien un obscuro y profundo pozo de petróleo. El aullido de un
perro atropellado, el maullido de un gato pequeño con frio, el llanto de un
bebe enfermo.
Podemos
escuchar ruidos bellos como el de las olas del mar, el suspiro de un buen
orgasmo, el cacareo de una risa que está a punto de convertirse en carcajada,
el canto de una ama de casa cuando hace el quehacer, el silbido de un hombre
mientras trabaja, el suspiro de un perro satisfecho, el de la lluvia pasiva, el
de la lluvia fuerte, el ruido del aire cuando mueve un campo entero de pasto
crecido, o las hojas de árboles en otoño, la vuelta de la página de un libro,
un libro puesto sobre una mesa, el tronido de un gran beso.
También
existen ruidos corporales como el de pasar saliva, las tripas cuando tienes
hambre, el tamboreo acelerado de un corazón,
los intestinos cuando están trabajando, de un pedo, el tronido de los
huesos, de la pestañas, de un cabello cuando es arrancado. El ruido de una
respiración agitada, el movimiento de un musculo. Un bostezo, estornudo,
fricción entre miembros, la sacudida de una gran cabellera.
Ruidos
de comida; el burbujeo de una sopa, el tronido de una tostada cuando es
mordida, de una tortilla dorándose, de las papas friéndose. El ruido que hace
un elote cuando es desgranado, la aspiración de un espagueti, un trago de agua,
el sorbido de una bebida caliente, el
servir un vaso de agua, el tronido del chicharrón, la explosión de una bomba de
chicle, el rebanar verduras con un cuchillo, el dar una mordida a una manzana,
el revolver la ensalada con las manos, el trozar yerbas, el salpicar sal.
Después
de haber imaginado este auditivo recorrido me doy cuenta que estamos rodeados
de tantos ruidos como de palabras para describirlos. Concluyó este artículo haciendo mención a uno
de mis ruidos preferidos que solo los hombres del siglo XX en adelante han
podido tener el placer de escuchar, el tacto de los dedos contra el teclado de
una computadora, este es el ruido de mi oficio y quizá Hemingway, Arreola, Wolf,
Castellanos, Rulfo o Cortázar hayan tenido el placer que yo no tuve de escuchar
mientras pisaban el teclado de una máquina de escribir, quizá una Remington, sólo ellos pudieron tener el
placer acústico de saborear uno de los sonidos más bellos que existen, la
transformación de la literatura.
Trompa de Mosca