La historia revive ante mis
ojos, diviso la línea que divide a E.U.A. de México, lo que irónicamente
robaron y ahora está separado por una valla. Recuerdo el corrido de “Juan
Cortina” con sus balas en las tripas. Rulfo también está presente en este lugar
desértico, porque de nuevo el llano en llamas vuelve a arder, los pleitos por
las tierras y sus límites suenan con el viento helado que sopla del norte. La
división entre dos países, las muertes por defender el suelo, el odio que
generan los pleitos por el terruño. De nuevo un infinito cansancio, un odio
cíclico como acontece en “Diles que no me maten”.
Diviso esa línea, siento una lucha agría, vieja, bestial,
ancestral, casi antropológica. Esa obsesión instintiva por marcar territorio y
poseerlo. Ese mundo que nos separa del extranjero está allí, mientras yo estoy
aquí recordando a Rulfo, tratando de entender que en la otra mitad de este
desierto se habla otro idioma, se mira distinto, se hacen casas con otras
formas, hay algo de aquel lado que reviste el suelo con otro vapor. Y aunque el
racismo y el clasismo existen tanto en este terreno como en el otro, los pobres
siempre van a ser las víctimas. Que aunque de aquel lado existan muchas
personas que piensen como Donald Trump, también de aquel lado existió Faulkner,
Capote y Carver, Joplin y Morrison, de aquel lado también existen las víctimas
y los victimarios, los hombres grandes y los invisibles.
Ante mis ojos se posa todo y nada. Aparentemente líneas y
líneas de cielo y un suelo raso, gris, con plantas secas y cactus, mientras que
en cada partícula, quizá del polvo quizá del aire, se forman montones de
ciudades, de personas susurrando mundos, creando latidos, ritmos que envuelven
cada circunstancia. ¿Es ese el mundo que perdimos?, ¿es la frontera lo que nos
separa?, ¿son aquellos mundos algo para olvidar?... entre todas las respuestas
posibles creo que todo depende del alma escondida de los hombres, esta frontera
puede verse como el ocaso o como una muralla de ladrillos que nunca dejan de
formarse.
Esa línea
me parece un laberinto más, un cuadro más de pintura abstracta. Para ser
sincera nunca creí poder ver ese sencillo artefacto llamado frontera. Ahora que
lo observo, lo toco con mis ojos de carne sin hueso, pienso en las
posibilidades de no ser nada, de pensar que no soy un país, tampoco soy una
lengua, ni una raza, soy algo, creo, algo que quisiera poseer todo, que es
dueño de todo, pero todo lo que brote en el horizonte o aspiren mis ojos y mi
aliento es puramente instantáneo, nunca permanente. Por tanto concluyó que las
vallas fronterizas no son más que unos erizos de mar en el mar.
Trompa de Mosca
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