Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Metal y Papel

       La pantalla resplandece dentro de esa superficie plana, conforme las letras avanzan, los números inferiores cambian. Hay un cerebro inorgánico trabajando dentro de esta máquina; un pensador conceptual que me indica con una sutil línea roja que he cometido un error. Me conoce bien, sabe que si lo hace con una línea verde no lo tomaré mucho en cuenta, que es un error liviano y si lo hace con azul también, para esas equivocaciones sin remedio simplemente las corrige al momento, como una madre, una secretaria apurada arreglando la corbata de su jefe.

      Todo lo que está a mí alrededor carece de vida orgánica y aun cuando los materiales vienen de la tierra de una forma u otra nada de ello me habla. De forma concisa se han grabado en mi memoria, monopolizando mi tiempo, condicionándome para que al momento de verlos, solo quiera hacer una cosa.

      Los valores materiales me dan comodidad, como la silla en que ahora estoy sentada y la computadora que me toma el dictado, que me ahorra tanto tiempo gastando hojas por las faltas que tenga, el cansancio de las manos, y la molestia de no saber dónde guardarlo. La línea eléctrica de mi casa lo permite, me permite ver en la oscuridad y hacer mi día más largo y calentar mis alimentos rápido. Me permite enfriar una bebida, me ahorra el cansancio de lavar la ropa a mano y la alegría de poder ver de vez en cuando en la noche un partido de americano.

      No vislumbro mi vida sin lo que tengo, aun cuando soy consciente de todos aquellos que no lo tienen. Me declaro culpablemente de no pensar en ellos cuando deseo aún más, más cosas para mí y unas cuantas personas. Aun de no sufrir hambre y frío, de no padecer de salud y de tener acceso a tanto que otros no tienen, estoy condicionada como con la máquina, a querer más.

    Ansiamos aquello que sabemos que es mejor, solo por el hecho de saber que existe. Si no supiésemos que hay en el mundo, lugares en donde la gente no muere a cada esquina, en un bombardeo, en peligro de que alguien con menos escrúpulos pose sus ojos en ti, entonces nuestra realidad tan miserable como es sería cosa de todo los días. El hombre se conforma, solo cuando no tiene otra opción.

      Nada es gratis, anteriormente dábamos aquello que era menos necesario por algo que lo era, ahora el símbolo de nuestro bienestar de la vida de muchas personas se canjea en pequeños trozos de metal y papel, con la cara de viejos conocidos, personas que en muchos casos lucharon por aquellos, a los que se les compra con ese rostro, la vida en un invernadero.

      Es todo un círculo, personas alimentándose de otras. Los vampiros existen más no beben sangre. La vida se ha convertido en un objeto de comodidades absurdas y adictivas, de búsqueda, de inconformidad. Un mundo en donde se pasa en un cuadro de largo, la cara en llanto de un niño ensangrentado, en donde la vida, la nuestra y la de todos se pesa y cobra en eso, papel y metal.

A.I.Mendoza Seda

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