A través de los días, en mi
estancia en el que será mi nuevo hogar durante los próximos meses, tal vez
años, las circunstancias de la vida diaria, de la vida cotidiana en una gran
urbe, han en definitiva cautivado mi razón y me han ofrecido ciertas
perspectivas y análisis de lo que se vive en los recorridos grises y verdes
pálidos de una gran ciudad.
Y es que, cómo no causar una
avalancha de pensamientos, cuándo tu mente se enfrenta al vaivén ligero y a la
vez pesado de una ciudad. No es que desconozca el ritmo de una gran urbe, pero tenía
ya mucho tiempo que no lo vivía como lo he hecho en los últimos días, en los
cuales, la ciudad me ha dado una prueba de los pecados que como sociedad
llevamos cargando, y a la vez —no lo niego— el atractivo de ellos.
De las primeras cosas que me
vienen a la mente, es en definitiva la palabra “perspectiva”, el como algunos kilómetros pueden parecer
docenas cuando la palabra tráfico atraviesa tus pensamientos. —Dios mio— es increíble como un lugar tan pequeño puede volverse tan grande, como
es, darse cuenta que mientras que en ciertas partes conviven diez personas,
aquí conviven mil… y es que en verdad en algunos de mis traslados parezco
desafiar las leyes de la física, aquí la ley que dicta que un cuerpo no puede
ocupar el mismo espacio que otro, parece no aplicar, si no me creen, pregúntele
a cualquier persona que tenga que llegar a abordar un camión sobre una avenida,
obviamente desbordada por caballos de cuatro ruedas, uno que aparece completamente
atiborrado, en donde apenas bajan cinco y suben diez, lo miro y no lo creo,
parece un espectáculo y algo de que reírse hasta que tú eres uno de esos diez
que tiene que subir. Lo mismo pasa en el gusano que la traviesa a plena vista o
por debajo de la tierra, gente corriendo, desesperada por ser devorada por ese
gran animal, y ya dentro, se siente como
si de verdad lo fuera en horas pico, carne con carne y esa incomoda sensación
de sentir un cuerpo con una temperatura corporal tan alta que no la entiendes…
El ajetreo es parte de la
vida en estos lugares, que son todo un monumento al capitalismo desbordado,
estas ciudades ofrecen un choque de realidad magistral, algo digno de análisis,
algo que es tan asombroso que sus protagonistas parecen ni siquiera saber que
actúan en éste teatro de concreto, ¡damas
y caballeros! les presento al vago y al empresario… al desamparado y a la
chica con bolsas de alguna lujosa boutique.
Aquí encuentras extremos uno casi encima del otro, pero tal cual líneas paralelas
parecen jamás destinadas a tocarse, uno lo mira con imaginación, con anhelo, el
otro ni quiere mirarlo, es como un afán de mantener su vista lejos de esa
realidad, como si fuera contagiosa, después de todo, aquellos libros que nos
enseñan cómo alcanzar el éxito nos dicen que no pensemos en pobreza, no es así.
Sin embargo puedo entender que es por los ojos, por la vista que nace el amor o
el desamor, la confianza o la falta de ella, tanto oímos de asaltos y robos que
cualquier realidad desamparada que se nos acerque nos hace de inmediato tomar
precauciones y encender nuestro sistema de alerta, no vaya a ser… Y entonces comenzamos a crear realidades,
suposiciones, que nos alejan de la única verdad viable y tangible, aquel que
camina sin zapatos o con el bosquejo de ellos es también un ser humano, un
hombre y punto, lo demás, sin tratarlo y conocerlo, solo está dentro de
nuestras cabezas…
Pero el espectáculo apenas
comienza, porque no se trata de subir y bajar de camiones, o de mirar opuestos
casi juntos, sino comenzarlo todo a ver de manera cotidiana y comenzar a hundirse
en esa realidad, y comenzar a ver matices distintos en ella, porque sobre lo
alto de lo gris de los edificios, un atardecer llama mi atención y los colores
se presentan para mi diversión, las luces de las tiendas se vuelven
interesantes y en los aparadores
encuentro un extraño confort, me emociona la posibilidad, la actividad
de intercambiar mi tiempo por materias, mi vida por cosas que animan mi
emociones, y no lo niego, es adictivo el proceso, y solo eso, me hace sentir un
tipo de emoción por el ajetreo, por esas golosinas que alimentan mi ego, vale
la pena empeñar mi tiempo y mi vida… ¿ o
no?...
La verdad es que en este
tipo de manchas grises que se extienden sobre el planeta, el tiempo pasa
casi inadvertido, un día es enero y todo comienza, pero entre la productividad
y la distracción, miras el calendario y ya es mayo, parpadeas y es julio, más
de la mitad de un año se ha ido en reportes y facturas, en tragos y
despilfarros, en ahorro y aspiraciones que satisfacen nuestra ambición.
Ahora bien, mas allá de
entender que estos sitios son para en cierto modo dejar de ver lo básico para
la felicidad, la irrefutable verdad es que a partir de su folclor y ritmo de
día, son el perfecto escenario para que las ideas traspasen el plano imaginario
y se conviertan en realidad, pues ofrecen diversidad, opciones, opiniones,
distintos caminos, y la posibilidad de
trascender es más fácilmente concebida y recreada en ambientes como el que éste
lugar ofrece… Al caminar por sus calles a través de la arquitectura de una casa,
de una bella avenida o de un gigante de acero, la inspiración golpea a la
puerta, pues existe algún tipo de magia que nace de andar por tan diversos
paisajes, por semejante diversidad, y si eres un tanto abierto de mente, por la
variedad de interpretaciones y realidades de un mismo lugar.
No cabe duda que este tipo
de sitios son una constante paradoja, donde conviven soledades y amores,
triunfos y derrotas, pobrezas y riquezas, una metáfora viviente de lo que en sí, puede ser la vida, un conjunto de sensaciones y momentos que hacen una
constante en el tiempo, no cabe duda que son lugares de amplias
interpretaciones, de tentaciones y superficialidades, pero a la vez de
encuentros que pueden acompañarte toda una vida…
Víctor J. Mendoza Seda