Este artículo debería
llamarse autoexilio, en vez de conejos, y no debería llamarse artículo sino más
bien carta, porque en este artículo-carta te comunico que aún no he llegado al
mar. Después de millones de intentos fallidos, con doscientos mil pares de
zapatos rotos aún no logró divisarlo. Sé que he estado a punto de hacerlo, lo
huelo en el aire, pero aunque lo he tocado en sueños aún no llego a él. He
recorrido paisajes extraños, he pisado la arena y también la brisa salada me ha
tocado la lengua y un poco el ombligo… ¡Mi lengua y ombligo saben a sal, pero
aún no llegó el mar! A cambio de eso he visto dunas agrietadas por el viento,
conejos gigantes que de un salto derriban montones de arena blanca. No, no son
liebres de marzo, estoy segura, son conejos que disfrutan de la luna en esta
soledad, que escuchan los ecos del sur, tal vez tus ecos, tus ronquidos cuando
duermes pensando en máquinas voladoras. Estos conejos gigantes no traen reloj,
solo alma, porque ellos tienen de sobra, porque ellos se alimentan del
silencio, de la arena y sus cactus, del privilegio de las tierras vírgenes que
yo estoy descubriendo. Zizar los persigue, pero al hacerlo sus patas se
lastiman porque en este suelo hay plantas que parecen erizos; espinosas y
redondas. Entonces Zizar apacigua sus persecuciones, y yo tengo que arrancarle
estos erizos vegetales. Descansamos, dejamos que los enormes conejos se salgan
con la suya. Desde este autoexilio Alabama Shakes se ha introducido a mis oídos
con nuevos colores y matices que se encienden como luciérnagas. También he
escuchado otras voces que me dan calma, la calma que tenía años no sentía.
Aquellos gritos que alimentaban mi miedo y desesperación no han descansado, por
fin he empezado a aceptar que nunca lo harán, que crecen y que aquí son más
libres, se alimentan mejor, tal como los conejos que he encontrado. No sé qué
tan grande crecerán pero lo que si estoy empezando a saber es que están más
tranquilos mientras los dejó ser, porque tú sabes que sucede cuando los
reprimo. Quizá pienses que estoy mejor, tal vez si tal vez no, pero creo que
cualquier lugar está listo para conocerse,
no puedo encontrarme a mí misma en un mismo lugar, estática. Quizá nunca
me encuentre por completo, pero mientras la vida trascurre y mientras estos
conejos los míos y los de este lugar sigan acrecentando su panza y sus zancadas
yo disfruto lo único que puedo tener en este momento. Devoro con cuchillo y
tenedor filetes de aire, porque aquí lo que sobra es eso, tengo la alacena
repleta de aire y de silencio, esa es mi dieta últimamente. Por otro lado está
bien que aún no haya encontrado el mar, eso significa que aún tengo que
buscarlo, tampoco te he perdonado y
mientras no encuentre el mar, tengo oportunidad de hacerlo, de perdonarte, de
aceptar quién eres y quien soy, sin problemas, sin sentir asfixia, sin lamentos
de perro atropellado. Lo de los conejos es mágico, hubiera querido arrancarme
los ojos para aventártelos, así podrías mirar cómo mueven sus enormes orejas.
Ya sabes cuánto admiro a estos animales, mis creencias acerca de que ellos
encarnan la locura. Deduzco que si los veo en tal cantidad y tamaño me auguro
que la locura no me ha abandonado, que es la ruta para reencontrarme,
reencontrar a la niña que hablaba sola mientras inventaba personas que aún no
existen, la que creía que las moscas enviaban cartas y postales desde la India.
Es por eso que al llegar a este lugar donde el sol se posa como un gran dije
del cielo comencé a bailar; Zizar, las nubes, el aire y yo hicimos una
coreografía basada en el vacío. Para agregar más información o más bien para
desahogar mi alma atestada de silencio, te aviso que he comprado un conejo de
yeso pensado en la cafetería que un día imaginamos hacer, aquella que tendría
de tema Alicia en el país de las
maravillas. No sé si lo recuerdas y tampoco sé porque a mí los recuerdos
sencillos se me entierran como espinas, en fin, allí está junto a mis nuevos
cuadros de pintura danesa, junto una ballena y una fotografía de un avión
desintegrado. Cualquier cosa nueva es buena en este momento, cualquier palabra
suena diferente en este autoexilio, ahora los conejos se convirtieron en nuevas
esperanzas de auto reconciliación, porque aún no me he perdonado. Estos conejos
que mis ojos admiran se trasforman en hazañas bellas para seguir admirando la
vida y no morir. No quiero morir. Más que nada, espero que eso te haya quedado
claro cuando me fui, no quiero vivir a medias, a medias ni las naranjas son
buenas al menos que se compartan. Pero para compartir tenemos que creer que
existe otro, y más que nada uno. Creer que estos conejos existen, ¿me crees?
¿los miras también? Yo sí pero aún me falta tener más fe en mi propia
existencia, tanta fe que logre iluminar a estos conejos, a mis conejos
monstruosos, aquellos que jamás lograré domar, pero quizá con mucha práctica
aceptaré.
Trompa de Mosca