Desde
tiempos ancestrales, el orden social ha sido influido y definido por una
connotación jerárquica. Existe un grupo reducido de personas que ostentan los
privilegios, mientras que una sección más numerosa debe vivir sujeta a limitaciones
y conformismos.
Cómo podríamos en nuestro pensamiento egoísta e individualista
comprender, la idea de conformarse con lo que los puestos de poder nos dejan.
Pensar en un lugar en donde fuésemos controlados, condicionados a lo que
necesitamos, a ser parte de una cadena de eslabones que funcionan solo para
mover los engranes de algo mucho más grande que nosotros. Cómo podríamos estar
condicionados a la idea de un dogma que nace del pensamiento de unos cuantos, a
adorar la visión de una persona como única verdad, a ser manipulados
sentimental y físicamente con un medicamento. Llegado a este punto es
necesario preguntarse ¿habrá Aldous Huxley realmente descrito el funcionamiento
de una sociedad imaginaria? O solamente potenció la verdad que todos sabemos,
aquella que de forma condicionada, nos negamos a aceptar. ¿En verdad somos
seres libres? ¿En verdad estamos en el lugar en dónde debemos estar?
En la naturaleza caótica del
hombre se mueve el bien y el mal constantemente, conceptos creados por decretos
dogmáticos. Lo que para algunos es malvado, ruin e indecente, para otros, no forma
parte más que de la simple cotidianidad.
¿Qué pasaría si la percepción del hombre fuese uniforme?
Qué pasaría si la conformación de esas ideas se unificara en una misma. Una en
donde los órdenes jerárquicos no fuesen más que naturales y el pensamiento y
las pasiones desaparecieran bajo un manto de orden y control.
Mucho tiempo el hombre ha perseguido grandes ideales y las
corrientes estéticas del pensamiento se han reinventado constantemente en
contradicción y evolución una de otra. La ilusión del libre albedrío es
perseguida y añorada para muchos, para otros es aquello que finalmente nos hace
humanos, distintos de los demás mamíferos en la tierra.
Los lazos consanguíneos son sagrados, la idea de la fidelidad y
el sufrimiento. Pensamos pues que no podemos vislumbrar un mundo en donde la
luz no exista sin la oscuridad y en donde la alegría no es un estado
permanente, sino preciado; en donde la crueldad y la maldad son un recordatorio
constante de nuestra imperfección y nuestra mortalidad.
El cerebro está constituido de esa manera, en constante
contraposición de opuestos. Y es por ello que Un mundo feliz de
Aldous Huxley retrata maravillosamente un fenómeno íntimo para su lector.
Un mundo feliz de Aldous Huxley, nos lleva de la mano
como aquellos estudiantes que aparecen en el primer capítulo, a un mundo
perfecto. Nos lleva a la realización de la sociedad perfecta, un lugar en donde
los niños ya no nacen de una madre, sino que son creados y condicionados para
un propósito específico.
La sociedad se ha compuesto en un orden que va desde las clases
privilegiadas, los “alphas” aquellos que conservan en mayor parte su capacidad
de reflexión e “individualidad” y ocupan los puestos importantes en las
corporaciones que llevan el orden social. Hasta los “épsilon” que se reducen a
personas uniformes, condicionadas a realizar el trabajo mecanizado y con menos
necesidad de atención.
En este lugar en vez de un dios todopoderoso existe la adoración
a un ser mortal, que trajo la verdad de la ruina de la civilización y su cura.
Los niños en vez de recibir una educación individual en casa y construir un
sistema de creencias basándose en su propia experiencia, son condicionados de las
formas más crueles como el electroshocks, hasta más sutiles como el
condicionamiento por repetición.
En este planteamiento, la espontaneidad, la necesidad del caos del
pensamiento humano es resistente. Las necesidades primitivas y dañinas son
recurrentes y en ese caso, existe la forma más novedosa de medicina, desde “un
sucedáneo de embarazo” hasta la píldora que lo soluciona todo, el “soma”; un
medicamento capaz cambiar la realidad y el pensamiento turbado, a un estado de
sensaciones agradables, en felicidad.
Nos enfrentamos al descubrimiento
de la palabra “madre” como algo asqueroso y la idea de la promiscuidad como
algo saludable. Nos encontramos inmersos en la mente y el sufrimiento de un
hombre “salvaje” en el que encontramos el inexplicable alivio de la cordura y
lo irracional. En donde volcamos nuestros sentimientos de tedio y ansiedad.
A.I. Mendoza Seda
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