Durante
los últimos años he notado un evento curioso. La sangre de mi cuerpo no fluye
de la misma forma.
Siempre he tenido un transito pesado,
mi padre tiene la sangre espesa y desde joven mi madre que es enfermera,
sostenía fuertemente uno de mis dedos, calculando el paso del tiempo en que esa
yema pálida volvía a la vida. Nunca fue alarmante el paso de mi vida, iba con
el correr del tiempo y esa sangre espesa me hacía sentir fuerte, sólida,
difícil de mover.
Ahora con el conocimiento que siempre
nos aqueja, me doy cuenta de que esa sangre se estanca cuando mis músculos se presionan,
un brazo, una pierna, y por un momento hay insensibilidad.
¿Qué bloquea la sensación de mi cuerpo?
la oxigenación, la ironía de un organismo tratando de entenderse sin
conseguirlo. Al final despierta, entre un sentimiento de extrañeza que oscila
entre el dolor y la cosquilla, una analogía graciosa del efecto que viene
siempre, cuando no se encuentra entre vasos sanguíneos y lugares microscópicos.
Por el mismo efecto somos insensibles a
muchas cosas, ver morir a una persona no nos causa gran exabrupto. Lo sabemos
en las noticias, lo leemos en los libros y lo vemos en las películas. Es
distinto cuando sabemos que es real, se convierte en un obstáculo difícil de
superar, una píldora difícil de tragar. Pero llega un momento en que después
del llanto y la ira, y la negociación viene un momento de paz, se adormecen
nuestros pensamientos, la sensación palpitante del pecho, por un instante no
somos, solo existimos y entonces todo cae, como ese brazo, esa mano y ese pie,
despertamos de a poco confundidos, vacilantes, errados en que sentir, hasta que
el malestar llega y nos sumimos en esa agonía de unos momentos, en donde nadie
debe tocarnos.
Somos insensibles a la risa inocente y
los amaneceres, a las noches y a la luna llena, a las estrellas.
Cuál es la función de la
insensibilidad, cuando sus efectos parecen siempre relacionados con un efecto
negativo y necrótico. Si asumimos que el mayor problema del ser humano es el
dolor, la insensibilidad es una función nada más que piadosa.
Evasiva y tramposa nos ayuda a brincar
sin temor a caer, a pasar el trago amargo, sin miedo ni patetismos, sin dudas.
Conforme el tiempo avanza, nuestra vida se desgasta, se vuelve obsoleta y
complicada, llena de todo y de nada. Esa insensibilidad avanza, tal como ahora
yo lo siento, en mis brazos, en mis piernas, hasta en mi pecho cuando veo un
rostro en lágrimas o una historia romántica. El dolor no está, porque esa
insensibilidad vive en nuestros pensamientos, en la tragedia de todos los días,
uno tras otro, hasta que el final venga, hasta que un agujero se habrá en el
cielo o en la tierra, y allí estaremos todos despertando de nuevo, como esos
dedos, entre risas y llanto, entre dolor y confusión, deseando, que todo pase y
nadie nos toque.
A.I.Mendoza Seda
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