Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

lunes, 10 de octubre de 2016

Conejos



Este artículo debería llamarse autoexilio, en vez de conejos, y no debería llamarse artículo sino más bien carta, porque en este artículo-carta te comunico que aún no he llegado al mar. Después de millones de intentos fallidos, con doscientos mil pares de zapatos rotos aún no logró divisarlo. Sé que he estado a punto de hacerlo, lo huelo en el aire, pero aunque lo he tocado en sueños aún no llego a él. He recorrido paisajes extraños, he pisado la arena y también la brisa salada me ha tocado la lengua y un poco el ombligo… ¡Mi lengua y ombligo saben a sal, pero aún no llegó el mar! A cambio de eso he visto dunas agrietadas por el viento, conejos gigantes que de un salto derriban montones de arena blanca. No, no son liebres de marzo, estoy segura, son conejos que disfrutan de la luna en esta soledad, que escuchan los ecos del sur, tal vez tus ecos, tus ronquidos cuando duermes pensando en máquinas voladoras. Estos conejos gigantes no traen reloj, solo alma, porque ellos tienen de sobra, porque ellos se alimentan del silencio, de la arena y sus cactus, del privilegio de las tierras vírgenes que yo estoy descubriendo. Zizar los persigue, pero al hacerlo sus patas se lastiman porque en este suelo hay plantas que parecen erizos; espinosas y redondas. Entonces Zizar apacigua sus persecuciones, y yo tengo que arrancarle estos erizos vegetales. Descansamos, dejamos que los enormes conejos se salgan con la suya. Desde este autoexilio Alabama Shakes se ha introducido a mis oídos con nuevos colores y matices que se encienden como luciérnagas. También he escuchado otras voces que me dan calma, la calma que tenía años no sentía. Aquellos gritos que alimentaban mi miedo y desesperación no han descansado, por fin he empezado a aceptar que nunca lo harán, que crecen y que aquí son más libres, se alimentan mejor, tal como los conejos que he encontrado. No sé qué tan grande crecerán pero lo que si estoy empezando a saber es que están más tranquilos mientras los dejó ser, porque tú sabes que sucede cuando los reprimo. Quizá pienses que estoy mejor, tal vez si tal vez no, pero creo que cualquier lugar está listo para conocerse,  no puedo encontrarme a mí misma en un mismo lugar, estática. Quizá nunca me encuentre por completo, pero mientras la vida trascurre y mientras estos conejos los míos y los de este lugar sigan acrecentando su panza y sus zancadas yo disfruto lo único que puedo tener en este momento. Devoro con cuchillo y tenedor filetes de aire, porque aquí lo que sobra es eso, tengo la alacena repleta de aire y de silencio, esa es mi dieta últimamente. Por otro lado está bien que aún no haya encontrado el mar, eso significa que aún tengo que buscarlo, tampoco te he perdonado  y mientras no encuentre el mar, tengo oportunidad de hacerlo, de perdonarte, de aceptar quién eres y quien soy, sin problemas, sin sentir asfixia, sin lamentos de perro atropellado. Lo de los conejos es mágico, hubiera querido arrancarme los ojos para aventártelos, así podrías mirar cómo mueven sus enormes orejas. Ya sabes cuánto admiro a estos animales, mis creencias acerca de que ellos encarnan la locura. Deduzco que si los veo en tal cantidad y tamaño me auguro que la locura no me ha abandonado, que es la ruta para reencontrarme, reencontrar a la niña que hablaba sola mientras inventaba personas que aún no existen, la que creía que las moscas enviaban cartas y postales desde la India. Es por eso que al llegar a este lugar donde el sol se posa como un gran dije del cielo comencé a bailar; Zizar, las nubes, el aire y yo hicimos una coreografía basada en el vacío. Para agregar más información o más bien para desahogar mi alma atestada de silencio, te aviso que he comprado un conejo de yeso pensado en la cafetería que un día imaginamos hacer, aquella que tendría de tema Alicia en el país de las maravillas. No sé si lo recuerdas y tampoco sé porque a mí los recuerdos sencillos se me entierran como espinas, en fin, allí está junto a mis nuevos cuadros de pintura danesa, junto una ballena y una fotografía de un avión desintegrado. Cualquier cosa nueva es buena en este momento, cualquier palabra suena diferente en este autoexilio, ahora los conejos se convirtieron en nuevas esperanzas de auto reconciliación, porque aún no me he perdonado. Estos conejos que mis ojos admiran se trasforman en hazañas bellas para seguir admirando la vida y no morir. No quiero morir. Más que nada, espero que eso te haya quedado claro cuando me fui, no quiero vivir a medias, a medias ni las naranjas son buenas al menos que se compartan. Pero para compartir tenemos que creer que existe otro, y más que nada uno. Creer que estos conejos existen, ¿me crees? ¿los miras también? Yo sí pero aún me falta tener más fe en mi propia existencia, tanta fe que logre iluminar a estos conejos, a mis conejos monstruosos, aquellos que jamás lograré domar, pero quizá con mucha práctica aceptaré. 


Trompa de Mosca

No hay comentarios:

Publicar un comentario