Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

martes, 29 de marzo de 2016

Llanto...

Quiero llorar, porque me da la gana.

Federico García Lorca

        Conocemos el acto de llorar como la acción de derramar lágrimas. Y tan trivial como es este suceso, no lo es tanto las razones por las cuales el ser humano llora.

        Darwin afirmaba que el llanto era una reacción fisiológica que existía como para llamar la atención, como los gatos cuando maúllan, los perros aúllan o los becerros mugen en busca de su madre. Era de esperarse por supuesto, que el hombre que vio la evolución de un simio a un ser reflexivo, vería la vía natural para que el llanto existiese con un propósito específico.

        Por otra parte, los sistemas comunicativos del hombre como especie son complicados, palabras escritas y dichas pueden comunicar inconformidad o felicidad, y aunque se afirma que la mayoría de nuestra comunicación ocurre de manera no verbal, tratamos, por todos los medios a veces inútilmente de dialogar.

        Para mí, la naturaleza por si misma ha hecho su trabajo. Sin preguntar a nuestro intelecto, es firme. Aun cuan sofisticados puedan volverse los canales de comunicación, la expresión y el detalle que buscan los ojos, siempre será elemento importante. Una palabra sin intención, para nosotros no vale nada.

        Estamos conectados de manera intrínseca con el instinto, aun cuando podamos describir y tratar de entender el llanto, desde la medicina hipocrática hasta las teorías psicológicas recientes, existe el elemento impalpable, que relaciona el acto de llorar con la emoción.

        Y es que escribir el acto del llanto es una cosa, pero de manera íntima todo ser humano puede entender su forma precisa. Y no como aquellos niños insufribles que fingen hacerlo en pos de un capricho, sino por esos momentos, en los que el mundo se convierte en un elemento ausente, flotante y de pronto sentimos nuestra existencia volcada en un suceso. El aire se vuelve pesado y la cavidad del pecho se contrae en un espasmo doloroso, uno que ensordece el mundo, que le cierra las puertas a la luz y deja brotar de nuestros ojos el agua que tan salada es al gusto y a la sensación. 

        A menudo me pregunto, si como esos seres unicelulares, nuestra conciencia arrastró algo de ese principio básico en nuestra evolución, llevando el agua de los mares con nosotros aun después de abandonarla hace tantos siglos. Tal vez el llanto sea eso, un retroceso a ese útero que nos dio la vida, que nos hace regresar corriendo a su regazo, cuando sentimos que no podemos lidiar con lo que existe en esta vida. Porque también cuando sentimos aquella enorme alegría y ese descanso llega a nuestro cuerpo después de desear tanto algo, también agradecemos a nuestra madre, por darnos la vida.


        Describir el fenómeno del llanto, por ser la única especie que lo hace, puede ser complicado, pero vivirlo es uno de los aspectos elementales que nos hace humanos.




A.I.Mendoza Seda

lunes, 28 de marzo de 2016

La teoría del silencio



Y nada se escuchó, el mundo ha enmudecido. Encontré al silencio como respuesta, como salida, como la metáfora del olvido. Nada se escuchó. Hubo un silencio atroz que ensordeció la conciencia, la prudencia, el pensamiento. Hubo tanto ruido que quedamos sordos, y caminamos a la mano del silencio, mientras nos contempla como cobardes escondidos a sus faldas, entre sus tonos bajos, tan bajos que no comprendemos que el silencio debería ser solo para sanar al alma.

Y después de tantos gritos, disparos, después de escuchar protestas de algunos, de promesas en alta voz a un pueblo hundido, después de todo: callados. Qué más nos da guardar silencio ante la hambruna, ante salarios caídos, ante la opulencia de unos pocos y la miseria de todos; qué más da mirar desaparecer etnias que se rehusaron a ceder al podrido sistema.

Vivimos condenados a comer lo digerido, a escuchar lo que conviene, a mirar el estereotipo, a caminar lo conocido. ¿Cuándo encontraremos la razón de comer lo entero, de masticarlo y destrozarlo? ¿Cuándo razonaremos lo escuchado y encontraremos la belleza, esa que se mantiene en el aire y se respira quedito?

Me rehusó a vender mis silencios al conformismo, a la cobardía, porque mi silencio aparece cuando se asoma el dolor, cuando no comprendo la mirada del otro e intento descifrarla sin palabra, cuando la presencia llama por sí sola. No vendo mi silencio solo al secreto, al abrazo, a la reflexión, al reencuentro con la memoria.

Cuando el silencio aparezca deberá reconocerse como aquel que brinda el espacio del encuentro, como quien te insta a mirar el mundo, como el que sorprende. Quien reflexione el silencio sabrá que nos valemos de él para conciliar el sueño, para escuchar las palabras que no hablan pero  tanto dicen; la teoría del silencio evadirá el hecho que callarse no es para traicionar, no será para huir, nunca será para matar al otro. Quien se quede en silencio búsquese en él.



Julieta Oliva Cuevas


martes, 22 de marzo de 2016

La comprensión oculta, La Cumbre Escarlata...

        Entre la trivialidad de los fines de semana, a manera de pasar un tiempo, decidimos probar adquirir una película en renta en formato online. Entre las opciones claro, relativamente recientes, saltó a nuestra vista La Cumbre Escarlata, película que en su momento quisimos ir a ver a las salas de cine y que por cuestiones de logística nos fue imposible.

        Con el recuerdo latente, me dispongo a soltar algunos pensamientos que quedaron en mí, de esos ecos que siempre permanecen algunos días en nuestra cabeza.

        Hablando someramente de la trama, está inspirada en el siglo XIX, escrita por el mismo director Guillermo del Toro y es a grandes rasgos un filme inspirado en esas novelas e historias de terror clásicas, aquellas que abundaban en los tiempos del penny dreadfull. Cautivadora y simple, el argumento se desarrolla en base a la existencia de fantasmas, de esos seres plasmáticos que tan pocas personas y a la vez tantas dicen ver. Edith Cushing, es la protagonista; una joven escritora que entre su inocencia y pasión por este tipo de historias, conoce a sir Thomas Sharpe y a su hermana Lady Lucille, quedando prendada del primero. Así entre giros un tanto violentos, Edith se descubre sola en el mundo y con la decisión de contraer nupcias con Sir Thomas, decide aferrarse a la idea de una nueva familia en Cumbria en una mansión situada en la región montañosa de Inglaterra. Allí se encuentra un depósito natural de arcilla, que con la llegada del invierno, suele teñir la nieve de color rojo, siendo llamado popularmente como La Cumbre Escarlata y de donde el filme toma su nombre.

        En otras cuestiones, pese a los errores en la ejecución de el guión, meramente en el aspecto práctico, además de la preciosa fotografía, cautivadora de ver y la historia de terror clásica y sin mayores complicaciones, hay otro aspecto de la película que resalta en mis memorias como algo agradable y a la vez inquietante. Si bien como he mencionado el argumento es sencillo, incluso predecible, el desarrollo de los personajes resulta interesante, abordando un aspecto que en aras de centrar el misticismo de la obra resulta velado. La necesidad de amor…

        Entre los tres protagonistas, es una característica convergente, un eje que se mueve con pequeños guiños de una niñez tormentosa y solitaria, hasta el simple hecho de ver todo perdido y aferrarse a la idea de un nuevo comienzo. La necesidad de amor entre los tres personajes, es lo que termina siendo motivo de desgracia para cada uno de ellos, y aun cuando desde el punto de vista moral, el amor entre estas tres personas resulte enfermizo, es verdad que en el devenir humano, las situaciones adversas, nos convierten en seres adversos también.

        No todo es, lo que parece ser.


       Englobando todo desde un punto de vista satelital y aun cuan reprobables sean los actos, la motivación que existe para estos personajes, es un reflejo, de la vulnerabilidad humana. De la psique transformándose en algo malévolo, en donde los opuestos trabajan de forma intrínseca, mostrándonos, que aquello que es horrible a nuestros ojos, a nuestra percepción humana, puede ser solamente inentendible. Y que aquello que percibimos dulce e inocente, muchas veces puede ser motivo de la más temible corrupción.  




A.I. Mendoza Seda

lunes, 21 de marzo de 2016

Una epidemia emocional

Inmersa en la docencia me he permitido aprender más de lo que enseño. Trabajar en un aula requiere cargar los miedos, estabilizar voz y pulsaciones para que no te eliminen. Y es que los adolescentes de hoy viajan por la realidad alterándola más que cuando yo vivía ese trance hormonal. Sueno tal como el mentado “en mi época” .

Benditas hormonas que nos permiten enloquecer a cada rato, enalteciéndonos para después mandarnos a habitar nuestros infiernitos. Porque el adolescente requiere de altas dosis de drama, rebeldía y cinismo para ser quien es. Para él no existe nadie que contemple el mundo como él lo observa.

Yo me enfrento a ello todos los días, interactúo con la ociosidad y la hiperactividad en un mismo espacio, convivo con el pensamiento alterado de una sexualidad distorsionada, un deseo a flor de piel. Escucho discrepancias sobre la vida y su intención, intento evadir olores tan fuertes que ya son memorias… el aula es un viaje del que cada que retorno lo hago más tambaleante.

Me asustó saber que los muchachos están en la idea constante del suicidio, pensar que están contemplando esa posibilidad me aniquila, de ahí proviene tanto fracaso, tanta intolerancia tanto odio. Evadirse a sí mismos para acabar no sé con qué, pero sí sé que el letargo está en el aire…

En la escuela los maestros ya no solo tenemos la encomienda de enseñar gramática o la infinidad y uso de los números, somos encargados de detectar depresiones, combatir angustias, desamores, evitar golpes e insultos; somos quienes contemplan un mundo en decadencia. ¿Qué hicimos tan mal para estar educando adolescentes tan indolentes a la vida? ¿Por qué no enseñamos desde casa el respeto al cosmos?

No es por sonar tajante ni ponerle al asunto un tono dramático pero la juventud se nos está yendo de las manos, ya no podremos enseñarles que la vida es tan importante desde la abeja hasta el amigo, que el respeto es indispensable para el canino como para el directivo, que el amor se demuestra sin traición, que la vida misma requiere valor y no descuido. Si observa la tristeza en la mirada de quien está al lado, ignorarla es el camino, evaden las anécdotas cargadas de sabiduría, no leen poesía… están muriendo.


Yo en la docencia me permito mover la tierra que pisan intentando despertar el letargo tecnológico que los envuelve para que noten que jamás volverán a la edad en donde la vida es más fugaz, donde los recuerdos forjan individuos y leer poesía es la salida. Siempre que me voy les recuerdo: “hay tantas cosas que hacer en el día, pero no olviden abrazar, besar, reír, decirlo todo, porque aquello que no se hace en su momento resurge como un mal intento de ser algo en el momento inadecuado” 



Julieta Oliva Cuevas

jueves, 17 de marzo de 2016

"Noches Lúgubres"

        José Cadalso y Vázquez de Andrade nació en Cádiz un 8 de octubre de 1741.

        Noches lúgubres, una de sus obras más representativas, trata la historia de Tediato, y la travesía que vive, tratando de exhumar clandestinamente el cuerpo de su amada, con ayuda del encargado del cementerio, Lorenzo.

        Constituida en tres partes, narra en un dialogo, que en momentos se torna un monólogo, la desgracia del protagonista, quien atormentado busca el sentido del infortunio humano a través de su sufrimiento y el que observa alrededor.

        Podría decirse que la obra de Cadalso se considera dentro de las obras pre-románticas, únicamente por la fecha en que fue escrita, ya que se trata de una obra póstuma.Se presupone que se trata de uno de los pioneros en la corriente y por tanto se le considera un precursor de ella, sin duda, merece tal título.

        En sí, la obra tiene elementos puros de la corriente pre-romántica como el predominio de ambientes valga “lúgubres” y los cuales de alguna manera por cuestiones culturales, llevan a la exploración de los sentimientos más fuertes y opuestos en los seres humanos; el amor, la vida, la tristeza y la muerte.

        Noches Lúgubres nos muestra, desde la simple imagen mental de un cementerio, una predisposición a pensar en la muerte de una manera constante, reforzada de manera persistente por las palabras de Tediato, que muestra el desequilibrio en los mortales tras la muerte. Acompañado con un igualmente contexto desequilibrado alrededor, todo se complementa una especie de euforia de dolor y decadencia que está presente desde el momento en que comenzamos a leer hasta el momento en que dejamos de hacerlo.

        El dominio del sufrimiento sobre la razón en toda la obra se manifiesta de distintas maneras, todo lo que ocurre dentro de la narración parece plausible, hasta la sensación de irrealidad que ocasiona y una especie de sensibilidad, que lleva a un estado meditabundo y ausente, trasportándonos a la exaltación de los sentimientos plasmados.


        La obra está constituida de manera interesante. Existen diferentes elementos que llevan a una lectura profunda acerca de los sentimientos y pensamientos del personaje principal; comenzando desde el título de la obra, hasta el nombre del personaje principal que nos conduce por una vía a las profundidades del dolor humano, no solamente de la mortalidad, sino también de la enfermedad y del abandono. 

      Sumado a la tragedia viene la de Lorenzo, cuya familia ha sufrido diferentes desgracias y finalmente explota igual que el lector, liberando sus propios fantasmas, al ser testigo del sufrimiento absoluto.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Vía


No hablaré de la vía vista como un sendero, camino o vereda, que aunque esta palabra es asombrosa analizada desde alguna de estas perspectivas, sólo me concentraré el sentido de este artículo en la palabra vía como símbolo del tren.

Los recuerdos humanos son diversos e inmensos, cada uno se desprende de la vida privada, de la naturaleza del ambiente social y geográfico del cual hayan nacido, sin embargo existen melancolías compartidas, recuerdos y añoranzas colectivas, universales. Es el caso de la vía de tren. Sea en fotografía, pintura o en vivo las vías de los trenes hacen sentir algo fuerte. Las vías contienen una belleza melancolía, una belleza estética, sustancial.

Hace unos días un amigo me llevo a un lugar secreto, es decir a un lugar donde él se va a pasar el rato para alejarse de todo. El lugar era precisamente una vía del tren, paralela a la utopista, en el horizonte se miraba el nevado y las montañas que lo acompañan, a la espalda la ciudad con sus diminutas casas ensimismadas. Nos quedamos un rato en silencio sin omitir ningún sonido, sentados sobre aquellas tiras de metal paralelo. Viendo la grandeza, todo era perfecto, a cualquier lado donde mirábamos nos colmaba de fuerza, de placer. Las vías generaban el vigor del paisaje, pues el paisaje por si sólo era bello pero verlo desde aquel punto resultó majestuoso.

Recordé la primera vez que viaje en tren, fuimos con algunos familiares a visitar a una tía a Ibérica, no la Europea, sino la Ibérica rural, la Michoacana. Íbamos dentro del tren de un lado a otro asomándonos por las ventanas, prestando atención a las vías, los puentes. En algunos tramos del viaje nos asustábamos porque las vías estaban sostenidas por unas vigas delgadas, carcomidas. Gritábamos cuando los rieles rechinaban por el contacto con las llantas de metal, fue toda una aventura.

Pasamos una semana en Ibérica, a nuestro regreso esperamos el tren en una pequeñísima estación de madera, en este momento al evocar el recuerdo no estoy segura si eso realmente existió o es un recuerdo inventado, aún así veo las imágenes de mis tíos y tías sentados en una banca o en el suelo de la cabañita, mientras nosotros, primos y primas jugábamos a que el tren venía y nos atorábamos en alguna de las vías. Aquel juego infantil me hizo recordar a las dos niñas del cuento de Julio Cortázar “Final del juego”, donde posan como estatuas a la orilla de las vías, tratando de ser lo más convincentes posibles, esperando que los viajeros del tren las vean, una de ellas se enamora de un viajero, algo más sucede pero ahora ya no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que es uno de mis cuentos favoritos de Cortázar.

Habiendo llegando a mi mente esta cita literaria y el tema de las vías, recordé “El guardagujas” de Juan José Arreola, en este cuento fantástico de esencia onírica, uno imagina el aspecto de la estación desolada, fantasmal, donde los absurdos acompañan las palabras que el guardagujas dice al forastero, quién comunica que algunos trenes se destrozan en ciertos viajes porque la compañía aún no han construido las vías.


Tras haber entrado de lleno a mis remembranzas literarias, recordé a Juan Rulfo, no su literatura sino más bien su fotografía. Aquella donde se ven en blanco y negro varias líneas de tren entre cruzadas como si fueran destinos humanos, como si la vida de una persona estuviera materializada en aquellas vías. Esa fotografía me remonta a una metáfora de la vida, estar allí viendo el destino, viendo lo que se deja atrás, al mismo tiempo plantado sobre el presente. Sabiendo que todo se reduce a líneas desgastadas por un peso, por un recorrido, por rutas monótonas, distancias que nunca sabemos hacía dónde nos llevan o cuándo terminan. Quizá ese sea el verdadero sentido del porqué las vías del tren producen un efecto tan fuerte en el sentir colectivo, algo entrañable, del porqué cuando viajas en carretera y  a la distancia se divisan las vías del tren, uno no puede hacer otra cosa que mirarlas, perderse en su forma y admirar eso que sólo es metal incrustado en la tierra.  Quizá se deba a que las vías dibujan la vida humana en su forma menos abstracta.    


Trompa de Mosca

martes, 15 de marzo de 2016

Instinto

        El desarrollo evolutivo nos ha llevado a adaptarnos a nuestra propia madre, a la tierra. Hemos venido de un ser unicelular, todos, hasta los mismos reptiles con los que compartimos tan poco.

        Desde hace tiempo, he seguido la historia de Yeon-mi-Park. Una joven de origen norcoreano, que en el año 2007 escapó a China junto con su familia, después de que su padre hubiese sido acusado de contrabando y enviado a trabajar en el campo en donde pasaron hambruna. Posteriormente, ella y su madre cayeron en manos de contrabandistas, quienes abusaron sexualmente de su madre, en un intento de ésta, por evitar que fuera Yeon-mi quien sufriera este abuso.

        En el 2008, mientras vivían ilegalmente en un refugio en China, su padre enfermó de cáncer de colon, muriendo finalmente a la edad de 45 años. Allí el miedo a ser deportados, hacía que incluso tuviesen temor de encender una luz. En el recelo de ser encontrados por las autoridades, la familia de Yeon-mi no tuvo la oportunidad de darle un sepulcro apropiado a su padre y de éste hecho, es que se desprende esta reflexión, he aquí su testimonio.

“Mi pensamiento no era que estaba triste porque (mi padre) estuviera muriendo, solo pensaba; qué voy a hacer con su cuerpo si muere ¿sabes? Ni siquiera puedo esconder a alguien aquí, ¿qué hay de un cuerpo muerto? Fue realmente… Me sentí realmente culpable con mi padre, pero, es la vida…. Es la realidad… Como un desertor de Corea del Norte, no hay posibilidad de morir cómodamente…”

       Posteriormente, Yeon-mi narra, que decidió salir en medio de la noche, llevando sola el cuerpo de su padre a cuestas, para finalmente dejarlo tirado en las montañas. 

        Actualmente ella vive en Corea del Sur, es activista de los derechos humanos, autora y oradora.

        Pensar por supuesto en la muerte de un ser querido puede ser doloroso para la mayoría de nosotros. Sin embargo es verdad que ciertas situaciones pueden develarnos la verdadera naturaleza de la muerte y como la percibimos en esos momentos. Aun cuando en todo nuestro raciocinio, la culpa y los preceptos sociales estén impresos desde la crianza, en momentos como los que en aquel entonces vivía Yeon-mi, nace en nosotros un impulso, que nos hace dejar de pensar en moralidades y nos desprendemos de todo, incluso de aquello a lo que no creíamos ser capaces de renunciar.

        En comparativa, recientemente ha caído en mis manos, un pequeño fragmento de vida. Su nombre hasta el momento irónico es Kraken. Bien dicho esto, Kraken es un cachorro de una de esas mezclas de razas que por conveniencia o casualidad resultan bastante bellas a la vista. Si bien Kraken no ha sido el único cachorro que he tenido, como en todos he notado características especiales que los hace únicos. Y es que Kraken al parecer es dueño de un instinto íntimamente conectado con sus ancestros, aquellos que andaban libres en amplias praderas, sin correas y platos de forma extraña con insípidas croquetas. Un vínculo con aquellos que no fueron domesticados.

        Kraken muerde y muerde fuerte. Rasguña y llora, cuando algo no le gusta o está empedernido en alguna tarea. Cuando tiene miedo, se esconde detrás de mis piernas o en la seguridad de un mueble, algo que imagino el siente como una madriguera. Mas si nota algo cerca y extraño en donde se encuentra, gruñe, ladra y se eriza, advirtiéndome del peligro o clamando por ayuda… Hay algo en él que he notado de forma persistente, cuando se encuentra acorralado en su corto entendimiento ante un juego inofensivo o algún objeto desconocido  esa pequeña criatura sufre un cambio. Un instante efímero en que el cazador se convierte en presa, en donde su instinto aflora como parte de un último empuje y su ferocidad se vuelve desalmada, en vísperas de no tener nada más que perder. De alguna forma se vuelve poderoso.

        Aun cuando en mi experiencia he lidiado con esto antes, verlo desarrollar ese instinto de supervivencia, en un ambiente tan hogareño, me hace pensar en el núcleo en donde se concentra la importancia de la evolución, que aun en un ser tan pequeño, viene impreso en su código genético. La forma de vivir, de sobrevivir.

        Es verdad que cuando pensamos en lo cruenta que pudiese parecernos la vida salvaje, por más alejado que el hombre como especie se ha mantenido de ella, en nosotros también existe ese instinto, que dadas las circunstancias aflora de manera a veces, insólita.

        La guerra es un ejemplo de ello, el hombre cuando es sometido a situaciones en donde peligra su vida, se convierte al igual que ese cachorro en un ser vigoroso y de pocos pensamientos, en un ser de acciones, que actúa lejos de los preceptos morales y la distinción entre el bien y el mal. Vuelve a ser, ese ser de hechura básica, que muerde la mano de su amo, que come lo que encuentra en el piso, que destruye y escapa sin importar lo que deja atrás. 

        Testimonios hay infinidad. Personas que sobrevivieron a un infierno, que aun lo hacen. Como aquellos que estuvieron en la primera y en segunda guerra mundial, aquellos que viven en medio Oriente o aquellos que como Yeon-mi, intentan escapar de una dictadura que los sofoca.

        Por supuesto, como seres racionales, lamentarse de las decisiones que a veces tomamos es inevitable. Mas una vez ocurriendo el hecho, pensamos en lo importante que es también el no hacerlo. El saber que en el momento, simplemente decidimos, lo que nuestro instinto nos dictó y aunque no siempre resultan las cosas de la manera deseada, al menos, aprendimos algo y seguimos adelante.


        La vida por si misma es un río impredecible y muchas veces en ese fluir nos contagiamos por los pensamientos que nos rondan, esperando encontrar siempre la solución perfecta. Pero la realidad es, que aun cuando estemos seguros de las cosas, proceder sabiendo lo que va a pasar en un futuro, aun sea a solo un minuto, es imposible. Aun cuando también estamos atados a esta conciencia de sabernos en medio de un sistema, de estar consientes de las vidas de los demás, la sabiduría natural jamás podrá ser remplazada, ni por el más revolucionario de los pensamientos. El ser humano a su manera, también tiene una forma de sobrevivir en este mundo, a veces discreta y otras, inhumana…




A.I. Mendoza Seda

lunes, 14 de marzo de 2016

Un manual para Iker, el de las buenas noticias



Describir tu presencia es inefable. Un día apareciste como partícula invisible para habitarme, construiste un cosmos en el que comenzaste a crecer.  La dificultad radica en que eres portador de genes diferentes, que te has formado a pesar de la conflicto que es que dos células se unan.

Experimentar dolor nunca fue certero hasta que te ayude a venir al mundo, sentir cada intento tuyo por abandonarme fue descubrir que el dolor causa múltiples personalidades, que cada vaso que forma el sistema nervioso tiende a reventarse para canalizar tanto dolor. Mientras la sangre corría tu llegada era más palpable. Su mano me acompañaba y entonces abandonaste el paraíso prenatal. ¡Qué más hubiera querido que resguardarte en mi entraña! ¡Qué hubiera dado por no aventarte a esta lucha de vivir en la incertidumbre!
Cumpliste un año Iker, ¡felicidad infinita! Sabrás que a tu llegada nos mostraste la inmensidad del amor, que llenaste por completo nuestras vidas, con tus ojos y su reflejo miramos la inocencia, la transparencia. En tus manos construimos nuestros sueños y en tu presencia marcamos el camino de la felicidad.

Hoy te digo  Vive, ama, llora, ríe, intenta, tropiézate, levántate, vuela alto, hazlo todo intensamente que aquí estaremos constantemente para ti. Aprenderás a ver el mundo y mirarás al cielo otorgándole la inmensidad que merece. Amarás tanto que tu corazón no permitirá el engaño, sabrás que la verdad deja descansar al alma. Crece hijo sabiendo que la vida es fugaz, que nos vamos a ningún lugar pero dejamos huellas en la tierra que pisamos. Gracias porque eres y existes, gracias por enseñarnos a ser padres. Te amamos desde tu presencia invisible hasta este momento en el que te conviertes en un hermoso niño.

Hoy a dos años de tu llegada te digo que eres mi felicidad completa, a pesar de que te sientes niño grande aun te sostienes con dificultad y me buscas cuando el miedo te abruma, sabes que estaré siempre aunque el mundo vuelque y se haga trizas. Después de estos días recorridos comprendo que la vida nos otorga oportunidades de trascender, tú eres mi obra maestra. 

Iker algún día voltearás al pasado y verás que eres la metáfora de nuestro amor, que tus años son la alegría de nuestra vida y que tus ojos serán siempre el impulso a seguir. No detengas nunca el paso, aunque hoy tus rodillas guarden cicatrices sigue aventurándote, continua siempre descubriendo que la vida es un laberinto que recorrer. Te amo hoy mucho más que cuando abriste tus ojos por primera vez. 

Observo con agrado que aprendiste a hablarle a las plantas, que al mirar un perro te estremeces de alegría tanto hasta buscar que te siga y resguardarlo; me doy cuenta con gran gozo que disfrutas respetar el orden de las cosas, que te lastima pisar un animal, mientras otros con desagrado no respetan su paso. Esto hijo, será mi herencia: la conciencia de respetar al mundo que tanto nos ha dado y tan poco que le hemos retribuido. Este es un manual para que no olvides que tu presencia es lo que me permite escribir, escribir cuando el mundo parece estar tan revuelto, cuando parece que ya todo está dicho.

Julieta Oliva

miércoles, 9 de marzo de 2016

El Paradiso de Lezama Lima

José Lezama Lima.19 de Diciembre de 1910 - 9 de agosto de 1979

        Lezama Lima, escritor de origen cubano, conocido mayormente por sus facetas como poeta, ensayista y novelista.

        Remitiéndome a un contexto meramente personal, encontré rasgos en la biografía de Lezama Lima que pudieran impulsar toda clase de afirmaciones no solamente de su obra, sino también de su extraña personalidad. El hecho de padecer asma por ejemplo desde edad temprana, fue la razón por la cual se vio obligado, a permanecer largas horas en casa en compañía de los libros y sería uno de ellos, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, el que dejaría una gran impresión sobre él.  Lezama encontró aquí, en la literatura, que existe una realidad alterna al contexto real.

         Admirador de los autores clásicos y contemporáneos, como, Platón, Góngora, Valery, Mallarme, y Rimbaud entre otros, su literatura es una muestra de palabras que quedan suspendidas en un espacio que no puede ser definido. Es una mezcla de todo que no tiene cara de nada y sin embargo es altamente representativa, de Cuba y de él mismo.

        El Paradiso es una muestra fiel de lo anterior, considerada como su obra cumbre, cumple con toda clase de parámetros que la hacen “una selva de palabras” saturada y enigmática. Leer Paradiso es sumergirse en una realidad extraña. Siempre al tratar de explicar Paradiso, a mi mente vienen estas palabras; "ha sido uno de los mejores libros que he leído y sin embargo no entendí casi nada..."

        Encuentro en la obra de Lezama Lima, que el argumento, pudiera parecer insípido si se lo esquematizara de forma sistemática. Sin embargo la verdadera especialidad de la obra yace en el desarrollo interior de los personajes. Es decir, que no importa el hecho por el hecho, sino por la significación o el efecto que tiene y por tanto en la interpretación del contexto, en la sensación.


        Es verdad que utiliza procedimientos difíciles de comprender. Opuestos homogéneamente mezclados, en donde al terminar de leer, nos quedamos sin saber en dónde comienza o termina algo. Sin duda es un escritor que exige tiempo y dedicación, pero bien vale la pena estar dispuesto a tenerlos.

        Es una lectura ambigua, a la cual se le puede atribuir más de una interpretación. Existe un exotismo claro en la escritura, adelantado a la época en la que fue escrita, llena de significados que remiten a un simbolismo de la gente a un nivel interior del pueblo cubano.  

        Leer Paradiso es enfrentarse con una mezcla literaria entre la filosofía y la poesía, a las cuales el escritor abordaba desde un punto de partida común. La simple reflexión del universo alrededor, que se encarga de describir en un lenguaje fluido, hasta el punto de agotar el aire. Lezama Lima nos transporta a una realidad interior de las cosas, mostrándonos el lado oculto, los pensamientos detrás de cada pequeño detalle trivial, conformando con un suceso real, una serie de pasajes en donde resalta la claridad de los eventos imaginarios.

        Al final, solo queda disfrutar de una lectura puramente imaginativa, en un mundo, en donde de palabras del propio Lezama, “La imagen es la realidad del mundo invisible”.

martes, 8 de marzo de 2016

El hombre de los recuerdos... Marcel Proust.

        Las largas caminatas siempre traen pensamientos, recuerdos, imágenes, además de los largos tramos a bordo de un autobús. Sin embargo en nuestras cavilaciones, los eslabones están sueltos, son pequeñas cadenas que unimos aquí y allá sin llegar a ningún punto concreto. Cuando trato de racionalizar este proceso, de darle orden, siempre viene a mí, uno de los libros más complicados en cuestiones de apreciación que he leído. 

        Auiteuil Francia vio nacer a Marcel Proust un 10 de Julio de 1871. Quien fue conocido mayormente, por la colección de siete novelas tituladas En busca del tiempo perdido. Aquí mi honestidad debe aparecer aceptando que solo he podido hasta ahora enfrentar una sola de sus lecturas. Por los caminos de Swann es el título de la primera parte de la colección.

       ¿Pero cual es la especialidad de este libro? Pues bien, como mencioné antes, su interés se centra en la forma en la que está escrito. Podría ser uno de los ejercicios intelectuales más impresionantes que he visto. La historia transcurre a través de una asociación de recuerdos del narrador, recuerdos que se remontan desde la infancia del mismo. Aquí, justo al principio de la obra, se incluye la famosa “secuencia de la madalena” en la cual, el autor moja uno de éstos bizcochos en un té, que inmediatamente lo lleva a un retroceso visualizándose a sí mismo haciendo la misma acción cuando niño. Con esa simpleza viene el caos.

        Sentirse abrumado por la cantidad de ideas contenidas dentro del libro, es algo normal, ya que se trata de un estilo muy particular. Es por la sucesión de ideas sin aparente descanso, al igual que como funciona naturalmente el pensamiento humano. Proust parece haber descubierto la forma de emularlo de manera continua de tal forma, que la idea encontrada al inicio de una página, no colinda con la que se encontrará al final de la misma. Funciona de la misma forma en que pensamos en cualquier momento de soledad, las ideas vienen y van, se presentan en un desorden, uno al que solamente puede darle sentido el mismo que lo conceptúa.

        Con una conjunción de ideas tan intrincada, es fácil rendirse si se trata de hacer una lectura competitiva. Sin embargo encontrándose atrapado por la prosa de autor, teniendo un poco de desfachatez y sinceridad, al leer con menor intención, parece ser un método más fácil de asimilar la lectura. Sin embargo ¿existirá realmente una manera correcta de leer la obra? Creo que la forma de percepción del lector al  recorrer la primera página lo dirá, porque finalmente nos estamos refiriendo a una “literatura de los sentidos”, a las concepciones de lector a lector que deberían variar en consecuencia al contexto propio del mismo. Aunque la historia narrada por supuesto contiene una linealidad lógica, que no puede ser cambiada, la interpretación y experiencia que se tenga al leerla si puede ser diferente. Por tanto Proust en este libro, ha logrado crear algo que sobrepasa las barreras de las asociaciones hechas a los diferentes eventos trascurridos, evocando a diferentes sensaciones y recuerdos del receptor.

        La verdadera grandeza de la obra de Proust, no solamente logra tocar con destreza una forma de pensamiento oculta, también posee una forma  que es capaz de cernir estas ideas y darles un aparente orden, haciendo una descripción tan sublime, que es capaz de trasportar a la realidad plasmada.

        El estilo poético del escritor es una destreza que debe ser resaltada, pues además de los procedimientos anteriores, se encuentra la forma en que viene relatada la historia. Los pensamientos del narrador trascurren de una forma poco común, tanto que es fácil para el lector, llegado a cierto punto pensar hacía sí mismo “No es posible pensar así”... A menos claro que se encuentre uno muy inspirado en aquellos momentos. Hay una majestuosidad del lenguaje que oculta la simpleza de los asuntos triviales, distrayéndonos, dejándonos únicamente con la sensación impresa en una metáfora o en una descripción real de los hechos y de la manera en que son percibidos.


        Englobando el libro como una obra en conjunto con los demás volúmenes, es fácil enjuiciarlo dentro de una alta categoría y con esto no me refiero a un status adquirido por el lector, sino a una literatura entre cuyas capacidades está, la de resaltar los propios sentimientos y pensamiento del ser ajeno.

A.I. Mendoza Seda




lunes, 7 de marzo de 2016

El pensamiento opuesto.



        Rara vez nos detenemos a pensar en esas leyes que rigen nuestra existencia de forma abstracta. Hay cosas indispensables en lo que conocemos como realidad, tan básicas que indagar en ellas es tarea de necios. En el devenir de las cosas, los opuestos siempre trabajan juntos, creando un equilibrio delicado entre el bien y el mal. La racionalidad del hombre por ejemplo, lo ha llevado a buscar la forma en que está constituido el universo, a buscar la materia de las galaxias y allí descubrió que todos somos polvo de estrellas.

        Estamos en el centro de algo que no entendemos de forma absoluta y en ese andar como los recién nacidos, tenemos que decidir si escogemos racionalizar nuestra vida como única o esperar que haya algo después de ella. Todo tiene que ver con una cuestión de personalidad, de escoger entre comernos el mundo ahora, o guardarlo en espera de algo mejor.

        Casi de todo se puede hacer una metáfora. Inesperadamente, así como la tierra esta en el pensamiento fantástico entre el paraíso y el infierno, podríamos asemejar que el pensamiento del hombre se encuentra plasmado en ese orden. Nos movemos constantemente entre el bien y el mal, temiendo uno, odiando al otro. Encontramos que la línea que divide a ambos, a veces es difícil de encontrar.

        Tenemos la capacidad de experimentar los más absurdos límites de nuestra mente, amando fervientemente, odiando también. El ser humano puede sentir cuantas cosas desee en el mundo, sin ser capaz de comprender el concepto absoluto, siempre en ese equilibrio que se balancea. Constantemente errante anda por su vida y pronto comprendemos que jamás seremos completamente libres.

        Nosotros mismos nos hemos atado de manos, en espera de retener a esa bestia llamada intelecto. Existen límites que no podemos cruzar, tenemos miedo más que otra cosa, al caos.  Seguir una moral y una norma es parte del comportamiento social requerido, muchas veces somos forzados a aprender cosas que se nos imponen como necesarias, a seguir reglas necesarias. El ser humano está lejos del estado de naturalidad en el que nació, alejado de las cuestiones materiales, guiado únicamente por el instinto.

        Como raza, el ser humano es violento y tendencioso, actuar con alevosía es solo un reflejo de la inteligencia que poseemos. Mentir y matar se encuentran dentro de las decisiones más prácticas que podemos tomar.

       Somos prisioneros de lo que nos ha dicho que es el mundo, de lo que se nos ha impuesto y de una fábrica de conocimiento que todos debemos aprender en masa. Sin embargo la naturaleza caótica del hombre lo ha hecho necesario. Tal vez somos controlados. Pero es necesario.

       Las pequeñas cosas, como hablar de cierta forma se convierten en pequeños engranes que hacen funcionar una sociedad que trabaja en conjunto, que se mueve a través de fuerzas de pensamiento opuestas, de deseos y restricciones, de luchas y pasividad. Es tan basto que no puede comprenderse, el concepto bajo el que hemos sido creados, si es que en verdad fuimos creados y el propósito para el que existimos. Si es que hay un propósito. Qué tan grande en verdad será la bastedad del universo. ¿Cómo comprender algo tan gigantesco como la infinidad?


Cómo describir algo que no tiene límites, con un adjetivo de cantidad…



A.I.Mendoza Seda




jueves, 3 de marzo de 2016

"Flores del tiempo"


Flores del tiempo

        Entre los vagos pensamientos que nacen en una caminata, después de recorrer un largo trayecto y bajo la influencia de una melodía, a veces la mente parece crear una orquesta de recuerdos. Somos adictos a las emociones. Incluso la depresión es adictiva, porque qué podría hacernos apreciar más la felicidad y añorar la vida, que la miseria.

        La poesía por ejemplo, es para mí un método rápido de volcar emociones, una inyección, el concentrado de un elemento complejo pero fácil en sentir sus efectos. Por supuesto grandes nombres sacuden mi subconsciente, Octavio Paz y Baudelaire. Mis favoritos. Sin embargo a veces la poesía puede venir en las formas más simples, si tan solo nos atrevemos a levantar la vista.

        Pensé en aquellos tiempos en los que el hombre estaba reducido a un estado básico, lejos de las frivolidades del mundo moderno y las complicaciones de la necesidad de probar intelecto. Cuando el aparato sensorial mas poderoso era nuestro cuerpo. Aquí en México, en Centroamérica y Sudamérica, somos una mezcla ahora, pero hay una larga historia detrás de nosotros, de los primeros pobladores que se sintieron bendecidos con estas tierras. Razas orgullosas, poderosas y sabias.

        La literatura precolombina no es tomada con el mismo rigor que se toman otras obras de arte, y parece ser injusto, debido a al alto grado de abstracción de belleza que logran. Pese a que pareciera que muchas veces el tiempo otorga un prestigio a los textos, no parece hacerlo con estos. Los Toltecas por ejemplo encontraban una forma de suavizar la vida, con su poesía, hablando de como curarse de las heridas espiritualesTambién nos encontramos la lógica escalofriante de los Aztecas, con su visión Místico-guerrera, que iba mas allá de la simple versión estética de una guerra.

        El aparente choque de culturas entre los Aztecas y los Toltecas, ocasiono que muchas de estas concepciones se cambiaran, por un sentido mucho mas temeroso de la vida. Sin embargo hubo algunas que por formar parte de su cultura, no pudieron ser "reformadas" principalmente aquellas cuyo pensamiento, tenía que ver con  la conciencia de la muerte.

        La literatura prehispánica logra en cierto modo, viajar al futuro, cuando al tener esta conciencia cíclica, se dan cuenta que al igual que su vida, la tierra también trascurre en ciclos, que poco a poco se desgasta mediante su propia existencia. Más allá de visualizar la noción del tiempo sobre la tierra, con una visión optimista, en su conciencia clara de la muerte, simplemente se dedicaron a satisfacer a los dioses, a fin de evitar el propio cataclismo.


        La combinación de ambas culturas y literaturas, sugieren una profunda relación con el medio y de forma individual, con cada uno de los individuos, a forma de resaltar el sentimiento propio en relación con sus temores y victorias mas allegadas. Es toda una cosmovisión que puede ir desde cruel, hasta lo hermoso y tierno, abarcando una gran gama de sentimientos y cúmulo de pensamientos, que evocan a una realidad distinta, pero igualmente habitada por humanos que sabían la forma, de dejar fluir libremente sus más grandes sensaciones.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Caparazón


Al igual que Amos Oz yo también descubrí en la infancia que la muerte nos llega a todos. Que ni el apellido, la riqueza, la genialidad,  la precaución, ni siquiera un caparazón, pueden protegernos de la muerte,  no nada más de la muerte sino de todo lo que nos puede tocar. El escritor israelí Amos Oz en su novela autobiográfica Una historia de amor y obscuridad, cuenta en uno de sus capítulos el dolor que le produjo perder a su tortuga nombrada irónicamente por su padre Abdallah Gershon, pero que él en secreto llamaba Mimi. Una explosión  causada por la guerra del 47 en Israel, partió a Mimi en varios pedazos. Esa noche el pequeño Amos no pudo dormir, tampoco su madre, pues ese mismo día una amiga de la infancia de ella había sido asesinada. A continuación comparto un fragmento de la novela:

             Puede que intentara despertar a mi padre. Mi padre no se despertó: estaba durmiendo boca arriba sin moverse y con una respiración profunda y rítmica. Como un niño satisfecho. Pero mi madre acercó mi cabeza a su regazo. Como todos, también ella dormía vestida en la época de asedio y los botones de su camisa me hacían un poco de daño en mi mejilla. Me abrazó con fuerza, pero en vez de intentar compadecerme sollozó conmigo con un llanto ahogado para que no nos oyeran. Mientras sus labios susurraban sin cesar: Peri, Peroshka, Periii. Y yo sólo le acaricié el cabello, le acaricié las mejillas y la besé, como si yo fuera el adulto y ella mi hija, y le susurré basta mamá basta basta estoy aquí a tu lado.
            Y después seguimos susurrando un rato más, ella y yo. Con lágrimas. Y luego, cuando se apagó también la débil vela que iluminaba el pasillo y sólo los silbidos de los proyectiles herían la oscuridad y al caer hacían temblar la montaña que estaba detrás de nuestra pared, luego, en vez de mi cabeza en su pecho, puso su cabeza empapada en lágrimas sobre el mío. Esa noche, por primera vez, comprendí que también yo moriría. Que todos morimos. Y nada en el mundo, ni siquiera mi madre, podría salvarme. Y yo no lo la salvaría: Mimi tenía un caparazón y, a la menor señal de peligro, se metía toda entera, brazos, piernas y cabeza, en lo más profundo de su caparazón. Que no la salvó.
Al leer el fragmento recreé las memorias del escritor en las mías. Como ya mencioné yo también descubrí la muerte cuando apenas era una niña. Entonces me pregunté muchas cosas, porque hasta ese día yo sabía de la muerte, pensaba que únicamente tocaba a los que yo no conocía: al vecino, al  carnicero, al tío muy muy lejano, a alguien sin nombre que es atropellado, a la gente que aparece en los periódicos, pero nunca a los míos. Nunca a mis primos, a mis tíos cercanos, a mis hermanos, mucho menos a mis padres. Imaginaba que todos mis seres queridos, incluyendo las mascotas estaban protegidos invisiblemente, por el simple hecho de que eran parte de mí. Que yo era tan especial que todo lo que amaba estaba tapado por un tul poderoso, que hacía que nada malo nos pasara.

            Al paso del tiempo, cuando la muerte logró romper ese tul,  me di cuenta de que eso era mentira,  que yo no poseía ningún poder, más aún, que nadie lo tenía. En aquel momento me sentí insegura, no quería vivir, no sabía cuál era el sentido de estar constantemente asechados por una inevitable fragilidad que nos somete a ser tan falibles. Cuestioné por qué no existía un tipo de caparazón que nos protegiera, que nos hiciera eternos, por qué teníamos que destruirnos, desaparecer, para al final  quedar reducidos a un mísero recuerdo, a una anécdota contada en alguna cena, a un montón de palabras que evocan imágenes de aire.

A veces lo sigo preguntando pero sin el mismo asombro. Cuando leí la novela de Amos Oz pensé mucho en esto, en la pequeña Mimi que posiblemente se metió en su caparazón al escuchar la explosión, tal vez ni siquiera tuvo tiempo de esconderse, o tal vez sí, pero eso tampoco le sirvió de mucho.

Al replantear todas estas ideas pienso que sí poseemos caparazones a pesar de que no seamos tortugas. Algunos nos asfixian, nos ocultan del mundo, nos mantienen con mucho miedo, en la obscuridad, en el letargo, en el rechazo, en la amargura, respirando debajo de la tierra como topos. El caparazón humano es mucho más metafórico y abstracto que el de una tortuga. Se coloca de forma instintiva, luchamos por no enseñarlo, porque los demás no se den cuenta que lo traemos puesto. Diariamente nos colocamos un caparazón, a veces nada más metemos la cabeza, o los pies o las manos o todo, para que los bombardeos de la rutina no nos deformen. Algunos caparazones se manifiestan en el rostro, en una frase, en el carácter, en la entrega, en lo inexpresivo, en la catarsis que emana de nuestros labios, en la mirada, en cada parte del cuerpo, en cada acción.

Cualquier tipo de vida posee un caparazón, una protección que aparentemente sirve como refugio. En algunos casos el caparazón no es un refugio, no es lo que se supone que debería ser, es simplemente una atadura, una calamidad que nos inunda, nos hace invisibles. En muy pocos casos el caparazón sirve como una mancuerna para protegernos de la muerte, no nada más de la muerte física sino también de la muerte espiritual, que es igual de importante. Mi padre suele decirme un par de frases referente a estas dos cuestiones; Cuídate, porque la vida no retoña y Siempre deja algo para ti, nunca te quedes vacía. Estas dos frases resumen el equilibrio con que se debería colocar el caparazón. Siempre hay que estar alerta, porque la vida no retoña, y dar, dar mucho, sin miedo, pero siempre guardándonos algo, sin acabarnos todo, porque entonces el espíritu queda vulnerable y es muy fácil destruirlo.


Así como todas las cosas en la vida los caparazones son importantes e indispensables mientras se tenga conciencia de su peso y su magnitud, mientras se guarde el equilibrio en su uso. Hay gente que piensa que un caparazón puede sostener una vida, que es una casa, un cuerpo, desconocen que los caparazones son un órgano, una herramienta, una mancuerna, un medio, una posibilidad pero no es indestructible. Somos seres ocultos y expansivos, no debemos olvidar estos dos principios, darnos cuenta que al igual que Mimi, a pesar de poseer un caparazón, eso no garantiza no quedar en pedazos. Nada nos salva de la catástrofe, siempre llega, aunque nos ocultemos, siempre hay algo que nos destruye, sin embargo no hay más que volver a empezar. Ante la muerte nada podemos hacer, más que llorar, estrujar lo que haya cerca sin ningún protocolo, tal como la madre de Amos Oz que se convirtió en la niña consolada. Tendremos que aferrarnos a lo poco o mucho que quede y utilizar el caparazón para lo que sirva en el momento, ajustándolo a la circunstancia sin aferrados a su supuesto fin. De la muerte física nada nos salva, después de todo por qué habría que vivir lo poco o mucho que nos toqué escondidos, sumergidos en la obscuridad.