No hablaré de la vía vista
como un sendero, camino o vereda, que aunque esta palabra es asombrosa
analizada desde alguna de estas perspectivas, sólo me concentraré el sentido de
este artículo en la palabra vía como símbolo del tren.
Los
recuerdos humanos son diversos e inmensos, cada uno se desprende de la vida
privada, de la naturaleza del ambiente social y geográfico del cual hayan
nacido, sin embargo existen melancolías compartidas, recuerdos y añoranzas
colectivas, universales. Es el caso de la vía de tren. Sea en fotografía,
pintura o en vivo las vías de los trenes hacen sentir algo fuerte. Las vías
contienen una belleza melancolía, una belleza estética, sustancial.
Hace
unos días un amigo me llevo a un lugar secreto, es decir a un lugar donde él se
va a pasar el rato para alejarse de todo. El lugar era precisamente una vía del
tren, paralela a la utopista, en el horizonte se miraba el nevado y las
montañas que lo acompañan, a la espalda la ciudad con sus diminutas casas ensimismadas.
Nos quedamos un rato en silencio sin omitir ningún sonido, sentados sobre aquellas
tiras de metal paralelo. Viendo la grandeza, todo era perfecto, a cualquier
lado donde mirábamos nos colmaba de fuerza, de placer. Las vías generaban el
vigor del paisaje, pues el paisaje por si sólo era bello pero verlo desde aquel
punto resultó majestuoso.
Recordé
la primera vez que viaje en tren, fuimos con algunos familiares a visitar a una
tía a Ibérica, no la Europea, sino la Ibérica rural, la Michoacana. Íbamos dentro
del tren de un lado a otro asomándonos por las ventanas, prestando atención a
las vías, los puentes. En algunos tramos del viaje nos asustábamos porque las
vías estaban sostenidas por unas vigas delgadas, carcomidas. Gritábamos cuando
los rieles rechinaban por el contacto con las llantas de metal, fue toda una
aventura.
Pasamos
una semana en Ibérica, a nuestro regreso esperamos el tren en una pequeñísima
estación de madera, en este momento al evocar el recuerdo no estoy segura si
eso realmente existió o es un recuerdo inventado, aún así veo las imágenes de mis
tíos y tías sentados en una banca o en el suelo de la cabañita, mientras
nosotros, primos y primas jugábamos a que el tren venía y nos atorábamos en
alguna de las vías. Aquel juego infantil me hizo recordar a las dos niñas del cuento
de Julio Cortázar “Final del juego”, donde posan como estatuas a la orilla de
las vías, tratando de ser lo más convincentes posibles, esperando que los
viajeros del tren las vean, una de ellas se enamora de un viajero, algo más
sucede pero ahora ya no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que es uno de mis
cuentos favoritos de Cortázar.
Habiendo
llegando a mi mente esta cita literaria y el tema de las vías, recordé “El guardagujas”
de Juan José Arreola, en este cuento fantástico de esencia onírica, uno imagina
el aspecto de la estación desolada, fantasmal, donde los absurdos acompañan las
palabras que el guardagujas dice al forastero, quién comunica que algunos
trenes se destrozan en ciertos viajes porque la compañía aún no han construido
las vías.
Tras
haber entrado de lleno a mis remembranzas literarias, recordé a Juan Rulfo, no
su literatura sino más bien su fotografía. Aquella donde se ven en blanco y
negro varias líneas de tren entre cruzadas como si fueran destinos humanos,
como si la vida de una persona estuviera materializada en aquellas vías. Esa
fotografía me remonta a una metáfora de la vida, estar allí viendo el destino,
viendo lo que se deja atrás, al mismo tiempo plantado sobre el presente.
Sabiendo que todo se reduce a líneas desgastadas por un peso, por un recorrido,
por rutas monótonas, distancias que nunca sabemos hacía dónde nos llevan o cuándo
terminan. Quizá ese sea el verdadero sentido del porqué las vías del tren producen
un efecto tan fuerte en el sentir colectivo, algo entrañable, del porqué cuando
viajas en carretera y a la distancia se
divisan las vías del tren, uno no puede hacer otra cosa que mirarlas, perderse
en su forma y admirar eso que sólo es metal incrustado en la tierra. Quizá se deba a que las vías dibujan la vida
humana en su forma menos abstracta.
Trompa de Mosca
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