Quiero llorar, porque me da la gana.
Federico García Lorca
Conocemos el
acto de llorar como la acción de derramar lágrimas. Y tan trivial como es este
suceso, no lo es tanto las razones por las cuales el ser humano llora.
Darwin afirmaba
que el llanto era una reacción fisiológica que existía como para llamar la
atención, como los gatos cuando maúllan, los perros aúllan o los becerros mugen
en busca de su madre. Era de esperarse por supuesto, que el hombre que vio la
evolución de un simio a un ser reflexivo, vería la vía natural para que el
llanto existiese con un propósito específico.
Por otra parte,
los sistemas comunicativos del hombre como especie son complicados, palabras
escritas y dichas pueden comunicar inconformidad o felicidad, y aunque se
afirma que la mayoría de nuestra comunicación ocurre de manera no verbal,
tratamos, por todos los medios —a veces
inútilmente— de dialogar.
Para mí, la
naturaleza por si misma ha hecho su trabajo. Sin preguntar a nuestro intelecto,
es firme. Aun cuan sofisticados puedan volverse los canales de comunicación, la
expresión y el detalle que buscan los ojos, siempre será elemento importante.
Una palabra sin intención, para nosotros no vale nada.
Estamos
conectados de manera intrínseca con el instinto, aun cuando podamos describir y
tratar de entender el llanto, desde la medicina hipocrática hasta las teorías
psicológicas recientes, existe el elemento impalpable, que relaciona el acto de
llorar con la emoción.
Y es que escribir
el acto del llanto es una cosa, pero de manera íntima todo ser humano puede
entender su forma precisa. Y no como aquellos niños insufribles que fingen
hacerlo en pos de un capricho, sino por esos momentos, en los que el mundo se
convierte en un elemento ausente, flotante y de pronto sentimos nuestra
existencia volcada en un suceso. El aire se vuelve pesado y la cavidad del
pecho se contrae en un espasmo doloroso, uno que ensordece el mundo, que le
cierra las puertas a la luz y deja brotar de nuestros ojos el agua que tan
salada es al gusto y a la sensación.
A menudo me
pregunto, si como esos seres unicelulares, nuestra conciencia arrastró algo de
ese principio básico en nuestra evolución, llevando el agua de los mares con
nosotros aun después de abandonarla hace tantos siglos. Tal vez el llanto sea
eso, un retroceso a ese útero que nos dio la vida, que nos hace regresar
corriendo a su regazo, cuando sentimos que no podemos lidiar con lo que existe
en esta vida. Porque también cuando sentimos aquella enorme alegría y ese
descanso llega a nuestro cuerpo después de desear tanto algo, también
agradecemos a nuestra madre, por darnos la vida.
Describir el
fenómeno del llanto, por ser la única especie que lo hace, puede ser complicado,
pero vivirlo es uno de los aspectos elementales que nos hace humanos.
A.I.Mendoza Seda
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