El desarrollo evolutivo nos ha llevado
a adaptarnos a nuestra propia madre, a la tierra. Hemos venido de un ser unicelular,
todos, hasta los mismos reptiles con los que compartimos tan poco.
Desde hace tiempo, he seguido la
historia de Yeon-mi-Park. Una joven de origen norcoreano, que en el año 2007
escapó a China junto con su familia, después de que su padre hubiese sido
acusado de contrabando y enviado a trabajar en el campo en donde pasaron
hambruna. Posteriormente, ella y su madre cayeron en manos de contrabandistas,
quienes abusaron sexualmente de su madre, en un intento de ésta, por evitar que
fuera Yeon-mi quien sufriera este abuso.
En el 2008, mientras vivían ilegalmente
en un refugio en China, su padre enfermó de cáncer de colon, muriendo finalmente
a la edad de 45 años. Allí el miedo a ser deportados, hacía que incluso
tuviesen temor de encender una luz. En el recelo de ser encontrados por las
autoridades, la familia de Yeon-mi no tuvo la oportunidad de darle un sepulcro
apropiado a su padre y de éste hecho, es que se desprende esta reflexión, he aquí
su testimonio.
“Mi pensamiento no
era que estaba triste porque (mi padre) estuviera muriendo, solo pensaba; —qué
voy a hacer con su cuerpo si muere— ¿sabes? Ni siquiera puedo esconder a
alguien aquí, ¿qué hay de un cuerpo muerto? Fue realmente… Me sentí realmente
culpable con mi padre, pero, es la vida…. Es la realidad… Como un desertor de
Corea del Norte, no hay posibilidad de morir cómodamente…”
Posteriormente, Yeon-mi narra, que decidió salir en medio de la noche, llevando sola el cuerpo de su padre a cuestas, para finalmente dejarlo tirado en las montañas.
Actualmente ella vive en Corea del Sur, es activista de los derechos humanos, autora y oradora.
Actualmente ella vive en Corea del Sur, es activista de los derechos humanos, autora y oradora.
Pensar por supuesto en la muerte de un
ser querido puede ser doloroso para la mayoría de nosotros. Sin embargo es
verdad que ciertas situaciones pueden develarnos la verdadera naturaleza de la
muerte y como la percibimos en esos momentos. Aun cuando en todo nuestro
raciocinio, la culpa y los preceptos sociales estén impresos desde la crianza,
en momentos como los que en aquel entonces vivía Yeon-mi, nace en nosotros un
impulso, que nos hace dejar de pensar en moralidades y nos desprendemos de
todo, incluso de aquello a lo que no creíamos ser capaces de renunciar.
En comparativa, recientemente ha caído
en mis manos, un pequeño fragmento de vida. Su nombre —hasta el momento
irónico— es Kraken. Bien dicho esto, Kraken es un cachorro de una
de esas mezclas de razas que por conveniencia o casualidad resultan bastante
bellas a la vista. Si bien
Kraken no ha sido el único cachorro que he tenido, como en todos he notado
características especiales que los hace únicos. Y es que Kraken al parecer es
dueño de un instinto íntimamente conectado con sus ancestros, aquellos que
andaban libres en amplias praderas, sin correas y platos de forma extraña con
insípidas croquetas. Un vínculo con aquellos que no fueron domesticados.
Kraken muerde y muerde fuerte. Rasguña
y llora, cuando algo no le gusta o está empedernido en alguna tarea. Cuando
tiene miedo, se esconde detrás de mis piernas o en la seguridad de un mueble,
algo que imagino el siente como una madriguera. Mas si nota algo cerca y
extraño en donde se encuentra, gruñe, ladra y se eriza, advirtiéndome del
peligro o clamando por ayuda… Hay algo en él que he notado de forma persistente,
cuando se encuentra acorralado —en su corto entendimiento ante un juego
inofensivo o algún objeto desconocido— esa pequeña criatura sufre un cambio. Un instante efímero en que el cazador se convierte en
presa, en donde su instinto aflora como parte de un último empuje y su
ferocidad se vuelve desalmada, en vísperas de no tener nada más que perder. De
alguna forma se vuelve poderoso.
Aun cuando en mi experiencia he lidiado
con esto antes, verlo desarrollar ese instinto de supervivencia, en un ambiente
tan hogareño, me hace pensar en el núcleo en donde se concentra la importancia
de la evolución, que aun en un ser tan pequeño, viene impreso en su código
genético. La forma de vivir, de sobrevivir.
Es verdad que cuando pensamos en lo
cruenta que pudiese parecernos la vida salvaje, por más alejado que el hombre
como especie se ha mantenido de ella, en nosotros también existe ese instinto,
que dadas las circunstancias aflora de manera a veces, insólita.
La guerra es un ejemplo de ello, el
hombre cuando es sometido a situaciones en donde peligra su vida, se convierte
al igual que ese cachorro en un ser vigoroso y de pocos pensamientos, en un ser
de acciones, que actúa lejos de los preceptos morales y la distinción entre el
bien y el mal. Vuelve a ser, ese ser de hechura básica, que muerde la mano de
su amo, que come lo que encuentra en el piso, que destruye y escapa sin
importar lo que deja atrás.
Testimonios
hay infinidad. Personas que sobrevivieron a un infierno, que aun lo hacen. Como
aquellos que estuvieron en la primera y en segunda guerra mundial, aquellos que
viven en medio Oriente o aquellos que como Yeon-mi, intentan escapar de una
dictadura que los sofoca.
Por supuesto, como seres racionales,
lamentarse de las decisiones que a veces tomamos es inevitable. Mas una vez
ocurriendo el hecho, pensamos en lo importante que es también el no hacerlo. El
saber que en el momento, simplemente decidimos, lo que nuestro instinto nos
dictó y aunque no siempre resultan las cosas de la manera deseada, al menos,
aprendimos algo y seguimos adelante.
La vida por si misma es un río impredecible
y muchas veces en ese fluir nos contagiamos por los pensamientos que nos
rondan, esperando encontrar siempre la solución perfecta. Pero la realidad es,
que aun cuando estemos seguros de las cosas, proceder sabiendo lo que va a
pasar en un futuro, aun sea a solo un minuto, es imposible. Aun cuando también
estamos atados a esta conciencia de sabernos en medio de un sistema, de estar
consientes de las vidas de los demás, la sabiduría natural jamás podrá ser
remplazada, ni por el más revolucionario de los pensamientos. El ser humano a
su manera, también tiene una forma de sobrevivir en este mundo, a veces
discreta y otras, inhumana…
A.I. Mendoza Seda
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