Y
nada se escuchó, el mundo ha enmudecido. Encontré al silencio como respuesta,
como salida, como la metáfora del olvido. Nada se escuchó. Hubo un silencio
atroz que ensordeció la conciencia, la prudencia, el pensamiento. Hubo tanto
ruido que quedamos sordos, y caminamos a la mano del silencio, mientras nos
contempla como cobardes escondidos a sus faldas, entre sus tonos bajos, tan
bajos que no comprendemos que el silencio debería ser solo para sanar al alma.
Y
después de tantos gritos, disparos, después de escuchar protestas de algunos,
de promesas en alta voz a un pueblo hundido, después de todo: callados. Qué más
nos da guardar silencio ante la hambruna, ante salarios caídos, ante la
opulencia de unos pocos y la miseria de todos; qué más da mirar desaparecer
etnias que se rehusaron a ceder al podrido sistema.
Vivimos
condenados a comer lo digerido, a escuchar lo que conviene, a mirar el
estereotipo, a caminar lo conocido. ¿Cuándo encontraremos la razón de comer lo entero,
de masticarlo y destrozarlo? ¿Cuándo razonaremos lo escuchado y encontraremos
la belleza, esa que se mantiene en el aire y se respira quedito?
Me rehusó
a vender mis silencios al conformismo, a la cobardía, porque mi silencio
aparece cuando se asoma el dolor, cuando no comprendo la mirada del otro e
intento descifrarla sin palabra, cuando la presencia llama por sí sola. No
vendo mi silencio solo al secreto, al abrazo, a la reflexión, al reencuentro
con la memoria.
Cuando
el silencio aparezca deberá reconocerse como aquel que brinda el espacio del
encuentro, como quien te insta a mirar el mundo, como el que sorprende. Quien
reflexione el silencio sabrá que nos valemos de él para conciliar el sueño,
para escuchar las palabras que no hablan pero tanto dicen; la teoría del silencio evadirá el
hecho que callarse no es para traicionar, no será para huir, nunca será para
matar al otro. Quien se quede en silencio búsquese en él.
Julieta Oliva Cuevas
Me encanto
ResponderEliminarEre muy buena
Nunca lo dejes