Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

lunes, 21 de marzo de 2016

Una epidemia emocional

Inmersa en la docencia me he permitido aprender más de lo que enseño. Trabajar en un aula requiere cargar los miedos, estabilizar voz y pulsaciones para que no te eliminen. Y es que los adolescentes de hoy viajan por la realidad alterándola más que cuando yo vivía ese trance hormonal. Sueno tal como el mentado “en mi época” .

Benditas hormonas que nos permiten enloquecer a cada rato, enalteciéndonos para después mandarnos a habitar nuestros infiernitos. Porque el adolescente requiere de altas dosis de drama, rebeldía y cinismo para ser quien es. Para él no existe nadie que contemple el mundo como él lo observa.

Yo me enfrento a ello todos los días, interactúo con la ociosidad y la hiperactividad en un mismo espacio, convivo con el pensamiento alterado de una sexualidad distorsionada, un deseo a flor de piel. Escucho discrepancias sobre la vida y su intención, intento evadir olores tan fuertes que ya son memorias… el aula es un viaje del que cada que retorno lo hago más tambaleante.

Me asustó saber que los muchachos están en la idea constante del suicidio, pensar que están contemplando esa posibilidad me aniquila, de ahí proviene tanto fracaso, tanta intolerancia tanto odio. Evadirse a sí mismos para acabar no sé con qué, pero sí sé que el letargo está en el aire…

En la escuela los maestros ya no solo tenemos la encomienda de enseñar gramática o la infinidad y uso de los números, somos encargados de detectar depresiones, combatir angustias, desamores, evitar golpes e insultos; somos quienes contemplan un mundo en decadencia. ¿Qué hicimos tan mal para estar educando adolescentes tan indolentes a la vida? ¿Por qué no enseñamos desde casa el respeto al cosmos?

No es por sonar tajante ni ponerle al asunto un tono dramático pero la juventud se nos está yendo de las manos, ya no podremos enseñarles que la vida es tan importante desde la abeja hasta el amigo, que el respeto es indispensable para el canino como para el directivo, que el amor se demuestra sin traición, que la vida misma requiere valor y no descuido. Si observa la tristeza en la mirada de quien está al lado, ignorarla es el camino, evaden las anécdotas cargadas de sabiduría, no leen poesía… están muriendo.


Yo en la docencia me permito mover la tierra que pisan intentando despertar el letargo tecnológico que los envuelve para que noten que jamás volverán a la edad en donde la vida es más fugaz, donde los recuerdos forjan individuos y leer poesía es la salida. Siempre que me voy les recuerdo: “hay tantas cosas que hacer en el día, pero no olviden abrazar, besar, reír, decirlo todo, porque aquello que no se hace en su momento resurge como un mal intento de ser algo en el momento inadecuado” 



Julieta Oliva Cuevas

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