Contemplamos
con asombro una fría lluvia en marzo, unos cuantos se alegran pues comenzaba el
calor a sofocarnos, otros tantos reniegan pues levantarse tan temprano con esos
aires como copos complica el hecho de dejar los “ponchos”. Disfrutar el aire
frío que agrieta la cara, que reseca las manos; disfrutar dormir abrazados sin
separarnos, ver un blanco cubriendo la
montaña y pensar que apenas estaba dejando ir un fino polvo volcánico. No es
malo contemplarlo pero, me parece irrisorio el hecho de que ese asombro sea tan
efímero, pues obviamos que el evento procede de una negligencia de tanto tiempo
atrás.
Lluvia en
marzo, “que tiempo tan loco”, “prefiero el frío”, “no se secará la ropa” tantos
comentarios tan vacios. De la risa pasé al plano de la preocupación, y es que
hace poco una güera alemana me hizo ver un hábito muy de nosotros, esta
comodidad que no dejamos ni el día que nos juntamos a comer y a beber. “Plastiqueros”
dijo. Mientras asimilaba tan atinado adjetivo nos contemple como generadores de
basura innecesaria, basura que tardará más en esta tierra que mis descendientes
más cercanos y yo. Pensar que mi materia es efímera y un plástico es casi eterno.
Esa güera
con asombro me decía: “no comprendo cómo es que si existen platos que se reúsan
ustedes usan desechable, qué trabajo tendrá citarse para verse y cargar un
plato y un vaso para comer; por qué si
el taquero usa plato reusable lo reviste con una bolsa, no entiendo esa maña de
tirar el agua regando el cemento” yo me quedé en silencio, solo montando
escenarios de esas atrocidades al ambiente, eso que nos parece tan normal, tan
bien hecho. La güera tenía razón, esos llamados de la tierra, que con mayor
constancia nos hace parecen gritos sofocados. ¿Cómo podemos modificar este
hábito si somos imperceptibles a lo más
esencial? Cómo pedirle a la gente que
deje la sordera si somos evasores de niños quemados, de estudiantes
desaparecidos de pueblos perdidos. No escuchamos nada, inmersos estamos en la
indolencia de creernos eternos, de no volver la cara al lado para vernos
desaparecer.
¡Qué
valemadrismo fracturar hasta el núcleo de la tierra para solventar esta absurda
comodidad! Exprimámosla para saciar la ambición de unos cuantos ¡Qué tristeza!
Que la lluvia en marzo no sea una voz alta que nos invite a la reflexión, qué
frustración pensar que las estaciones parecen extraviadas…
Julieta Oliva Cuevas
No hay comentarios:
Publicar un comentario