La carretera comienza
a escurrirse, a hacerse delgada, el paisaje se expande, el viento topa con la
mano, mientras se respira un nuevo aire, en este caso un aire que ya conoces,
un aire que ya conoces desde antes de nacer. Porque allá donde estabas
encerrada, en el obscuro y húmedo universo de tu madre tocabas y respirabas ese
aire. Un aire caliente, el aire de mayo que está lleno de sol, como si tocaras
la resaca de una caldera.
Es entonces cuando entiendes que las
vacaciones se te han metido en el cuerpo, que la palabra vacación significa
exactamente eso, interrupción temporal del trabajo o de una actividad, que
vacar es quedar vacante, dejar por algún tiempo el trabajo habitual. El
diccionario con su intención lineal otorga esa gama de significados. Esos
significados cobran vida desde que comienzas a absorber ese aire caliente.
Los pies se despegan del suelo
habitual, dejas que los nudos de las cuerdas que diariamente se enredan con el
día a día se deshagan, de una forma inexplicable dejas de ser tú, eres otro
personaje que solo recuerda al otro de vez en cuando, en ese momento todo es
lejano y ajeno. Comes sin ver el reloj, sin ver las fallas. Sintiendo la
temperatura que reclama el sol, el verano tiene todas las ganas de exprimir el
sudor en las personas.
En aquella explosión de sensaciones
observas a tu tía perdida, ves cómo habla, a tu abuela senil que habla de lo
mismo una y otra vez, te das cuenta que aunque tu desconocías la existencia de
ellas hoy te sorprendes, te enteras que aún están vivas y que el ciclo vuelve a
empezar contigo.
La sorpresa es algo de lo que deriva
las vacaciones, es su centro poderoso, su chispa. En cualquier vacaciones te
vas a sorprender como te sorprendes ahora que ves en la vitrina de tu abuela
que ella guarda cualquier cosa que pueda representar una utilidad, que ella
separa los desperdicios de comida para alimentar a las plantas al igual que tú,
que a pesar de los distanciamientos ella está en ti y tu en ella. Que te encuentras
a ti misma; en el pasado, en el calor, en tu abuela olvidada, en tu padre
viejo, en tu adultez, en los almendros sembrados en cada casa, que nunca antes
habías tenido la curiosidad de observar. Te sorprendes al encontrar y entonces
llega la segunda sentencia de tus vacaciones, conocer.
A través del viaje, de cualquier
tipo de vacaciones, ves lo que no habías visto, quizá lo olvidado, como
resultado conoces, te das cuenta de la existencia de nuevas cosas. Miras a tus
primos, aquellos que tenías años que no veías, observas extrañada sus caras que
ya no te parecen familiares, pero a través de una plática y unas cervezas
vuelves a reír con ellos, sintiendo que si es verdad que su sangre se combina
con la tuya.
Reconoces
el balneario perdido y rodeado de huisaches, su pintura descarapelada, donde el
agua emana de una bomba, esa agua que hoy sientes como la mejor de la tierra.
Sientes como va desenredando los nudos de la garganta, refresca los placeres
idos, lava el lodo de la monotonía, apaga la enfermedad torcida que está
enraizada en tu mente cansada, te acaricia la cabeza para que vuelvas a dormir
sin esperar despertar o esperar hacerlo, simplemente dormir por dormir.
Después de la sorpresa y
conocimiento te das cuenta de una última cosa: las vacaciones fueron un
desastre, nunca lo vas a lograr. Tienes que regresar y ser de nuevo el mismo
personaje, pero a pesar de este viaje extraño, algo en tu interior le dio
vuelta a la tuerca, ya no eres el mismo, algo cambió y eso modificará la cara y
el espíritu del otro personaje. Desataste un gran nudo, dejaste de pensar que
todo se perdía si tú no estabas. Remaste a la inversa y eso te hizo bien, dejaste de hacer lo habitual. Fuiste
capaz de ser otro, de limar los callos que ya estaban crecidos. Es por eso que
tus ojos, los ojos de todos tus personajes vuelven a brillar y tus pies están
dispuestos a volverse a enredar.
Trompa de Mosca
No hay comentarios:
Publicar un comentario