Pensar en lo inevitable de la
muerte es cosa cotidiana, más no de todos los días...
Un día despiertas y el mundo gira de la misma forma, el segundero
del reloj se mueve, cada sesenta segundos ese número al final del contador
cambia y entre uno y diez las actividades del diario acontecen. Caminamos como
siempre, buscamos las mismas cosas, tenemos una rutina bien ensayada y
trascurren los días y los años de esa forma, con ligeros cambios que de vez en
cuando nos sacan de órbita.
Pero
tarde o temprano regresamos.
Hay en esas parábolas algunas especiales, cuando en un
momento una pregunta, un suceso fuera de lo común nos hacen pensar en esa
inevitable muerte, cuando pasa tan cerca que te preguntas cual fue la razón por
la cual tuviste suerte. Qué había de diferente entre tú y esa otra persona, de
lo que ahora solo queda una cruz solitaria en esa calle, cotidiana, por la que
trascurres todos los días, y ahora está allí, como una cicatriz en su paisaje,
la imagen de esa cruz, como un recordatorio, de que lo impredecible es parte
del orden de las cosas, y que algún día, lo esperemos o no, como ese pobre
hombre que el día de ayer terminó su viaje, que algún día, nuestro nombre será
recordado, que algún día nuestro rostro será recordado, como algo que fue, mas
ya no lo es más...
Gato Negro
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