Qué corresponde una buena niñez... ¿El sonido de los pájaros y los perros? ¿Las pelotas baratas y las
risas...? Tal vez los raspones en las rodillas y esas aventuras en una azotea.
Para mi abuelo qué fue la niñez… Esa historia de crimen y fobias nacientes.
Para mi abuela fue una historia de abandono y carencias. La historia de mi padre se cuenta con juegos en las
calles, un perro, pesadillas y recetas de comidas austeras. La niñez de mi madre
se divide entre golpes y gritos; risas y muchos niños.
Ahora la historia de los
niños tal vez sea contada a través de lo que vieron en una pantalla. Tal vez,
en lo que no vieron dentro de ella. La historia de la niñez es
esa que se planta en nuestro subconsciente. Esa que nos da los pretextos para
ser quienes somos. Cuando pienso en el estado inmaduro, veo y escucho
historias; pero más allá de las cosas buenas, están esas, de las que aun en la
inocencia nadie se ha salvado. De ese momento de desprecio e inseguridades que
nadie pudo cubrir. De momentos en que la felicidad resulta triste. De enseñanzas
incomodas. Cosas que siempre callamos. Que nadie sabe. Que nadie sabrá
nunca.
En la niñez nos convertimos
en estos seres raros. Que se reconocen únicamente en pensamientos. Aprendimos a
ser ese otro que ven los demás. Que habla. Que vive nuestra vida. Definimos si
somos un valiente o un cobarde. Y cuanta lástima la gente sentirá por nosotros…
Cuando pienso en esos días
no puedo decir que fui infeliz. Porque ni siquiera conocía la infelicidad o la
verdadera dicha. Vivía en un mundo de pensar y escuchar. De ver y no decir. De
llanto por cosas estúpidas y de preocupación por cosas dolorosas. Recuerdo momentos que marcaron mi vida. En que con una palabra el mundo como lo conocía
se derrumbó, y como con otra de pronto había un rayo de esperanza.
Mi madre era una maga.
Mi padre era un rey.
Mi hermano era un cuentista...
Y yo era una niña, y siempre
seré esa niña.
Igual que todos.
A.I. Mendoza Seda
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