Veo una vida tras otra como una
espectadora. Los encuentros son bastos, las despedidas nunca son pocas.
Los caminos se separan, pero las
palabras y los recuerdos permanecen, las promesas que estiramos hasta que el
último hilo revienta. No vernos a los ojos para no escuchar nuestras voces,
esas que nos hacen menos importantes. Quedamos en un plan previsto, en un segundo
lugar, en un pospuesto.
Las prioridades tienen que ver con
necesidades cercanas.
Con ese
sitio en donde el ser, es estar.
Alcanzamos el mundo, lo que somos lo
dijo la edad y ese número de la fecha de nacimiento, nos lo dijo el día en que
decidimos dormir temprano, el día en que decidimos tomar menos cerveza, hacer
más ejercicio, saber más y tener más. Alcanzamos el mundo o el mundo nos
alcanzó a nosotros.
Las horas vagas de esos días de juerga,
de ser irresponsables han pasado a esas memorias que se envidian. Las nuevas
generaciones se sienten viejas también, mientras que los que estamos en la
orilla de ese asiento, nos doblamos, estiramos y sujetamos de todas formas para
no caer.
Muchas culturas, ven el efecto de
envejecer como un evento trágico. Vemos en la cara de los abuelos los días
pasados, esos momentos que se aferran a su vida diaria, que se convierten en
conversaciones monótonas o en sabiduría cotidiana.
Saberse más viejo es cuestión de
momento curioso: Lo sabes por un
momento, lo niegas al segundo siguiente.
Pregonamos que la edad es solo un número, pero sólo cuando por vez
primera, una palabra, un gesto o un arrepentimiento, nos dice que es así.
Todos envejecemos y las cosas dejaran
de importar o importarán más. Enfermaremos, viviremos y algún día seremos esos
que apuntan con el dedo llamando idiotas a los demás.
Nos encontramos en un lugar donde
decidimos.
Algunos
eligen no ver.
Otros se
adelantan.
A.I.Mendoza Seda
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