Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

jueves, 23 de febrero de 2017

Cobain


Cantas ronco y agrio, ahora tendrías más de 40 años, casi 50, tu piel estaría caída, la pigmentación de tu cabello tal vez no sería dorada. No sé si tus ojos tristes seguirían tristes, si seguirías lamentándote por el divorcio de tus padres, por el caótico mundo que dejaste, donde los adolescentes se nombran la generación X, en las disqueras que ahora ya casi se extinguieron y tu pensaste que era un medio más de corrupción.
Me pregunto si aún sigues triste por tu dependencia a la heroína, por esa desdicha que reflejaba tu rostro en el Unplugged del 94. Si aún te sientes un pecador porque Nevermaind se vendió tanto, porque “Small like teeen spirit” se convirtió en un himno. Tal vez tus culpas, tantas y tantas fueron las que  aplastaron la risa y la fuerza de tus pulmones. Te sentiste culpable cuando tus bolsillos se llenaron de billetes verdes, cuando MTV trasmitió tus videos, cuando la revista Rolling Stone te sacó en una portada luciendo apuesto, cuando Seatle consideró a Nirvana la bandera del grunge, cuando por la calle te pedían autógrafos, cuando después de tu muerte te compararon con Cristo, cuando te nombraron redentor, mártir, el ultimo maldito. Puede que también te sientas culpable porque después de ti el suicidio se hizo romántico más allá de Werther. O tal vez porque tus converse, tus pantalones rotos y tu look descuidado se comercializó hasta hacerse una moda.
            Aún no sé si tus ojos seguirán tristes. O si cuando lograste cerrarlos para siempre con la bala de la escopeta que detonaste, las manías, las neurosis, las crisis, las bajadas, las subidas, las culpas personales, las colectivas, lo atormentado de tu ser también durmió, si estás durmiendo en el nirvana ideal. Si todos los desacomodos de tu genio, de tu creatividad trazada en la luna y los fetos de tu imaginación lograron sonreír. Si tal vez tu fe dejó de estar lastimada, si en la obscuridad de la muerte encontraste la paz que andabas buscando.
            ¿Kurt Donald Cobain encontraste lo que la vida te quito? ¿Por qué un hombre de ojos claros, manos grandes y creatividad exquisita que sueña con colores inexistentes y ombligos que cuelgan en un árbol, un músico que sabe contagiar a las masas, que ama a una mujer desenfrenada como Courney Love, que llama a su propia hija Been un día de tantos las ondas de la agonía y la nostalgia lo invaden y decide morir? ¿Es acaso que los 27 eran la edad más peligrosa de tu existencia? ¿Es acaso que la vida es insuficiente para llenar a una persona? ¿Es acaso que el mundo no contiene todos los placeres y las redenciones que necesitamos para desear estar vivos?...¿O es acaso que los suicidas son una válvula de escape del mundo, de la sociedad loca en la que vivimos? ¿Será que son el monumento de cuerpos que hacen que las constelaciones guarden su equilibrio, el equilibrio entre el sufrimiento, las carencias, los fracasos y los abismos?

Si el cometido humano desde el origen es luchar por la supervivencia, por prevalecer en la vida, desde que naces te enseñan a cuidarte a protegerte, por qué los suicidas se oponen a este principio básico. Algo pasa, algo sucede en el último momento, tal vez el caos se convierte en una enramada carnívora y les devora la lengua, el corazón, los pies y por último el alma. El Valium, el prozac, el diacepan, el ribotril, las drogas clandestinas y las prescriptas, la terapia, la insípida voz del psiquiatra, la hermosa voz del ser amado se convierten en ecos de una lejanía inhóspita. Es entonces que el suicida decide ir en contra de la naturaleza, en contra de todo principio, y tu Kurt, los ellos, los kamikazes, rompen su propia cadena de ADN para transformarse en aire, para flotar. Tal vez las pérdidas son tan grandes que la vida suele ser insostenible, la vida no basta para sofocar de placer y plenitud. Ni el calor del sol protege del frio, ni la grandeza de la luna ilumina la mirada. Ni este cielo que es infinito, ni este calcio que hace que los huesos crezcan, ni la risa que llega a ser la mejor cara de los momentos, ni las caricias que son el tacto más vivo, nada puede protegernos de nosotros mismos.


Trompa de Mosca

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