Los
principios de año están llenos de gente corriendo en los parques. De
subscripciones de gimnasio y ensaladas. De libros nuevos y sonrisas. De
promesas a otros y a nosotros mismos.
Vemos
en el juguete del niño la ilusión de algo nuevo. En las luces del árbol tardías
la nostalgia. En ese pensamiento que es desidioso, que se niega a darnos la
iniciativa de quitar los adornos de navidad. Las promesas y la emoción de un
nuevo comienzo se vuelven tangibles. En algo que amanece como un recordatorio
pegado a nuestra almohada. El miedo nos invade al pensar que esa promesa, puede
seguir a la deriva hasta el final. Cada vez es más difícil permanecer
ilusionado de que las cosas van a cambiar, de que los golpes de suerte existen.
Nos damos cuenta que la realidad de los cambios residen en nuestras manos, y
temblamos, cuando tenemos la incertidumbre de tener la fuerza para realizarlos.
Sin
embargo el error común del ser humano es considerar un cambio como algo
ilusorio. Es vivir antes de tiempo en su mente lo que desea, gastar ese anhelo
en imágenes y monólogos quietos. Creer que la voluntad es algo que se tiene o
no se tiene.
La
voluntad es algo que se obtiene, así como se obtiene todo en este mundo, se
aprende y se absorbe. Se gana. La voluntad es eso que se para detrás de
nosotros señalando mejores horizontes. Es eso que camina al lado de nosotros
prometiendo mejores tiempos. La voluntad es un ente que vive aparte, que desea
nuestro éxito, pero que no toma nuestra mano, a menos que nosotros se la tendamos
primero. La voluntad es una dama recelosa y desconfiada, que no se queda a
vivir en nuestra casa a menos que se sienta deseada. Es esa que no nos brinda
su cálido abrazo, hasta demostrar que somos dignos de sus dotes.
La
voluntad se talla, poco a poco como los relieves. Es algo que se construye, un
paso a la vez.
El
mayor error del ser humano es creer en los cambios. Cuando lo que
verdaderamente debería perseguir, es la evolución.
A.I.Mendoza Seda
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