Fue la imagen lastimosa de un
animal muerto. Hubo una de esas muertes, de esas que son dejadas al
sol, que a nadie le importan hasta que apestan.
Lo había visto, la quietud de una criatura
insignificante para muchos.
Pero había en esta algo distinto en este cuerpo, las otras muertes me llevaban a apartar la vista, esta me detuvo incluso un momento.
Pero había en esta algo distinto en este cuerpo, las otras muertes me llevaban a apartar la vista, esta me detuvo incluso un momento.
No
era la expresión violenta.
No había sangre.
No había dolor.
Parecía que estaba durmiendo, su rostro estaba lleno de
paz. Recostado por un lado, yacía inmóvil con unos pocos pelos revueltos y nada
más.
Se activó algo que me gustaría
justificar como mejor que el morbo. Pero mi mente se quedó anclada en su imagen, en la
pregunta de su muerte.
De qué habría muerto ese gato que tranquilamente se tendía a la mitad de la calle. Cuáles habrían sido sus últimos momentos ¿en verdad no había sufrimiento? Sin embargo dejado a la intemperie, es difícil imaginar algo distinto. O tal vez era mi mente la que pujaba para creerlo. Caí en cuenta de ello, que era yo la que harta de muerte, había encontrado algo parecido a la esperanza en su expresión lánguida.
Quise creerlo.
Que la muerte piadosa existe en todos lados como Dios.
Fue una ilusión, pues
cuando regresé al paso, solo unas horas habían bastado... El gato ya
comenzaba a estar inflado y en su rostro había un vestigio escarlata trazado
por la sangre.
Era un momento de dolor.
Este es el mundo.
Es como es…
A.I. Mendoza Seda
No hay comentarios:
Publicar un comentario