La valoración de un individuo varía de los estándares culturales bajo los que
vivimos. Como ser humano, experimentamos día a día un mundo globalizado. He crecido, influenciada por los preceptos que delimitan una vida exitosa.
La contabilización de las
cosas que deseamos, se nos han impuesto dentro de los parámetros educativos. Desde niños vamos llenando una lista mental de lo que debemos tener y la
estabilidad económica, de la estabilidad emocional. Todos dependen de lo que se
considera dentro del concepto del éxito. Queremos cosas porque las necesitamos, las necesitamos
porque se nos enseñó a necesitarlas. Necesitamos una casa, muebles para esa casa, luz eléctrica, una estufa, un
refrigerador, una lavadora, agua caliente, comida almacenada, televisión, y un
agregado de servicio de internet para estar conectados con el mundo.
Espiritualmente la comodidad
que sintamos depende del amor que recibimos, de la persona
que está a nuestro lado. El concepto que creamos de nuestra persona —nos
importe o no la opinión ajena— se basa a la experiencia, la abstracción de nuestro carácter, la
introspección de nuestras palabras y la expresión de nuestro cuerpo y rostro. El génesis de nuestro valor y cobardía están impresos en lo que
interpretamos de este universo holográfico, en donde nuestro cerebro hace
conexiones, se fuerza a dar sentido a todo, deduce que la vida es
eso que vemos y nos confundimos cual niño cuando
alguien lo ve diferente. Las interpretaciones de esas personas —esas que están en las
puntas de la campana de Gauss— son extrañas, porque el cerebro tiene funciones delimitadas. Esos que salen por opinión o acto son lo más
parecido a lo que encontramos en nosotros como un defecto de fabrica.
¿Pero qué hace el proceder
del ser humano uniforme? ¿Es la misma naturaleza del funcionamiento de su
mente? ¿O la capacidad empática que tiene para expulsar y absorber datos de su
ambiente? La experiencia del otro se concentra en un datos, como quitar la mala hierba de una maceta quedándonos con la flor. Y la comparamos con la que tienen los otros, y queremos la del otro.
La necesidad
marcada de pertenencia es ver e interpretar, lo que el otro tiene, qué hacer para ser igual. Y entonces pasamos de un punto practico a un deseo de mejoras frívolas e inciertas. “Si
tuviese un mejor auto, podría recibir admiración de las personas de la oficina”
“Si fuese bonita, las personas me admirarían y me amarían” “Si tuviese dinero,
no tendría que trabajar todo el día”
“Si tuviese…” “Si pasara” “Si…”
Condicionado, crecemos, necesitamos. Vamos tachando cosas de esa lista, de eso que hemos aprendido, que hemos querido necesitar. Somos prisioneros de nuestro deseo de tener más, de controlar, de querer, de amar, de odiar. Somos esclavos de la ambición y la necesidad falsa. Somos así, o así nos moldeamos.
Condicionado, crecemos, necesitamos. Vamos tachando cosas de esa lista, de eso que hemos aprendido, que hemos querido necesitar. Somos prisioneros de nuestro deseo de tener más, de controlar, de querer, de amar, de odiar. Somos esclavos de la ambición y la necesidad falsa. Somos así, o así nos moldeamos.
A.I. Mendoza Seda
No hay comentarios:
Publicar un comentario