Decía
Darwin que los más fuertes sobrevivirán.
Pienso detenidamente, a veces simplemente
observo. Frecuentemente encuentro mi imperfección, medito sobre las consecuencias
de un cuerpo, vago, en un "no hacer" y encuentro terquedad en otros.
Terquedad y pasión, voluntad y valor.
Los atletas profesionales siempre han
sido motivo de mi asombro. Mi condición siempre ha sido mala para actividades
físicas importantes. Soy una de esas personas que reaccionan
como a una granada cuando les lanzan un balón. A grandes rasgos tengo algunas
fortalezas, pero en el devenir de mi vida, nunca las desarrollé.
Entonces los veo a ellos, personas con
mirada profunda, trasmitiendo un ferviente deseo a través de una pantalla y me
asombro y me deleito en su lucha; sufro con ellos.
La vida de una atleta es corta aunque
viva mucho y rara vez pensamos en aquellos que se quedan varados en la carrera.
Nuestros ojos, se centran en los vencedores, en los que se cubren de gloria e
historia y dejamos del lado esas miradas tristes, esas espaldas que solo vimos
salir al final de la competencia.
Qué infierno y qué lucha existe en cada
uno de ellos, un empuje fantástico que los obliga a saltar cuando nadie más lo
hace. Qué los lleva a cambiar su cuerpo, a exigirle cosas que no pide. Vemos esos
físicos fuertes, mostrando una anatomía poderosa, como en un jugador de fútbol
americano. Sobre su cabeza hay una insignia, sobre su espalda un numero de
suerte y su nombre, llevándolos a una arena en donde solo importa el valor y la
confianza en unos cuantos para conseguir la gloria.
Los gimnastas cambian su cuerpo, lo
muestran como marca de su esfuerzo, con orgullo esas espaldas anchas y esas
piernas vigorosas que los impulsan en un salto espectacular, un salto que roba
el aliento de toda una nación.
Un tenista trabaja fuerte y es la
conexión entre ese cuerpo atlético y su mente lo que se hace importante en los
momentos grandes. La fortaleza de sus pensamientos, se sobrepone al cansancio,
a los nervios, a los números en una pizarra, a un cero. Titanes que salen a una
cancha, en donde el rival es no más que un reflejo, la verdadera batalla se
libra contra uno mismo.
Veo formas hermosas en gimnastas
rítmicas, llevando su cuerpo largo y flexible. Se impulsan a ser perfectas en
coordinación con un objeto externo que adoptan como una parte más de ellas. Un
brazo, un dedo, una pierna. Veo en patinadores artísticos una mezcla entre una
expresión artística, una proyección de si mismo y el valor de tomar un salto,
de hacer algo que nadie mas hace, para llevarse su mejor rostro a casa, para
encontrarse en esa pista de hielo.
Los veo a todos vivir en un instante,
en los segundos que dura una carrera, en un salto que se suspende en el tiempo,
una brazada que llega a tiempo, un balón cruzando una línea. Su existencia está
en el momento de esfuerzo brutal que rompe sus huesos, viven en un grito de ira
y desahogo, en un llanto de decepción o dicha.
Veo pasar sus vidas, dedicados a lograr
una sola cosa, a alcanzar un solo momento, un lugar en la historia de esos
libros en donde pocos se imprimen a sí mismos. Dejan atrás a todos los que se
quedaron en la carrera, a los que desfallecieron antes de alcanzar la meta, esos
seres que vinieron al mundo tomando una bocanada de aire fuerte y amplio, que
vinieron a vivir en un alma que lucha, que sobrevive, que se levanta y soporta;
lleguen o no lleguen a la meta.
Los veo a todos entregándoles un trozo
de mi vida y mi tiempo, un latido de mi corazón, un suspiro y un pensamiento. A
todos ellos, a los más fuertes.
M.S.Amalia Isabel.
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