Realese the Kraken
Un mes de Febrero, en domingo, mientras
me encontraba pasando de largo los canales de la televisión, mi tía que bien
conoce mi gusto por los animales me llamó desde la planta baja de la casa….
Usó una voz dulce y cómplice, de alguna
forma al escucharla supe inmediatamente que se me mostraría un perro. Supe que
acerté cuando en sus manos cargaba un pequeño cachorro, una cruza de Pastor
Belga y Labrador, que sin más reparo me entregó con la simple indicación. “te
lo presto un rato…”
Inmediatamente fui con mis padres, mi
papá lo recibió con un poco de desapruebo, como si trajera un espécimen
desconocido entre mis manos, mientras mi madre, un poco más relajada, lo tomó
en sus manos, expresando simplemente… “Qué cara tan chula tienes bebé…”
Al ponerlo en el piso noté que no podía
ponerse correctamente de pie y lo tomé para mirar sus ojos a la luz con una
sospecha; aquel cachorro era tan pequeño, que todavía no podía siquiera ver.
Le comuniqué a mi tía, que el cachorro
era muy pequeño y debía regresar con su madre, posteriormente supimos que el cachorro
tenía solo dos semanas. Desgraciadamente, no había manera de regresarlo.
Tomé la responsabilidad de cuidarlo
hasta que estuviese en edad de ser vacunado y fuerte para que pudiera estar por
su cuenta, a sabiendas claro, que afrontaba una responsabilidad que seguramente
me exigiría gastos económicos y mucho tiempo. La primera noche lloró casi todo
el tiempo, hasta que tomándolo entre mis manos lo envolví en una toalla y lo
coloqué sobre mi regazo para que intentara dormir. Funcionó, el cachorro se
quedó completamente quieto y pacífico, me di cuenta de que solo tenía frío.
Noté tenía un carácter fuerte, no se
asustaba fácilmente, aun cuando no podía ver le ladraba a todo y se animaba a
bajar las escaleras. Reconocía bien los aromas, no podía engañarlo fácilmente
con un oso de felpa o una manta tibia, sabía que no eran mis brazos que lo
sostenían y lloraba cuando sentía que estaba solo.
En su oscuridad, sus ojos y su nariz me
buscaban por las noches, tratando de subir a mi cama sin conseguirlo, hasta que
conmovida por su llanto le concedía lo que quería para que pudiéramos dormir
los dos. En casa todos los mimaban, incluso mis abuelos no tan adeptos a los
perros, le hablaban con amor, no les molestaba que le saltara cada vez que los
veía, dirigían sus manos viejas y doblaban su espalda cansada para alcanzarlo y
hacerle caricias. Mi abuelita, quien detesta la idea de los animales dentro de
casa, comprendía la necesidad de que él estuviese dentro, siempre lo veía y hablaba
como si fuese un niño, bromeaba con él mientras lo observaba de forma cariñosa,
para siempre al final, decir “Qué hermoso está…”
La idea de que él se quedara conmigo, en mi familia, se hizo casi segura.
Tuve todos los cuidados necesarios, estaba
en mi cuarto la mayor parte del tiempo, solo salía de vez en cuando a hacer sus
necesidades porque no le gustaba hacer adentro de casa. Siempre me preocupaba
su estancia en el cuarto cuando no estaba con él, porque tiraba todo, parecía
tener una extraña satisfacción haciéndome rabiar. Era terco, hasta que crispaba
los nervios. Rompió, masticó, y mordió tantas cosas —incluida
a mí—y aunque me hizo rabiar una vez por día, por
muy adepta y encariñada que estuviese con esos objetos destrozados, al final
del día lo amaba más a él.
Kraken —como lo
bauticé después de darle muchas vueltas— no era un perro faldero, tenía
un carácter fuerte, había nacido para ser dominante, poderoso y grande. A la
edad que tenía, su nombre era mas irónico, pero me justaba jugar con la idea, cuando
abría la puerta del cuarto, de decir a forma de juego “¡Release the Kraken!” cuando
salía disparado corriendo enérgicamente a jugar a la sala.
Pasó casi el tiempo indicado para que
el pudiese ser vacunado, pero días antes sentí que Kraken tenía fiebre y lo llevé
al veterinario. A falta de otro síntoma, me dijo que solamente le daría
medicamento para bajar la fiebre y el dolor y me recomendó llevarlo en tres
días para aplicar la vacuna. Así lo hice…
El
día que llevé a Kraken a vacunar, le dije que sentía que estaba ligeramente
caliente, que lo revisara para saber si no había algún problema antes de
aplicar la vacuna; sin embargo después de verlo un momento, el veterinario me
dijo que no había ningún problema.
Para esos días, Nina, una de mis perras,
tenía síntomas de tos y gripa muy severos, así que en la sospecha de que
pudiera ser algo grave no dejé que tuviesen contacto alguno. Aproximadamente
ocho días después, Kraken tuvo síntomas de nuevo, tenía fiebre y lo que parecía
una gripa terrible. Al llevarlo al veterinario, tras solo cuatro días de
tratamiento y consulta con todos los veterinarios de esa pequeña clínica, me
dijeron que estando vacunado era imposible que tuviese otra cosa más que una
fuerte infección, y que probablemente se había contagiado de la otra perra.
Pero Nina ya estaba casi curada, así que me forzaba a creer esas palabras. No quería
ver lo que estaba pasando, hasta que un día por la noche, mientras dormía junto
a mí, Kraken tuvo lo que sería una primera convulsión, que duró no más que
aproximadamente diez segundos. Yo sabía lo que era, porque anteriormente tuve
otro perro que tenía epilepsia, sabia bien como se veía una convulsión, pero no
quise aceptarlo en ese momento, no estaba lista.
Con la repetición de tres convulsiones en
el transcurso de la madrugada y la mañana, decidimos llevar a Kraken a un
veterinario especialista que aunque era costoso, para ese momento no nos importó
gastar algo que no teníamos. Durante el camino Kraken lloró todo el tiempo,
incomodo se quejaba, inquieto, molesto.
Esperamos casi media hora, mi hermano y
yo tratábamos de consolarlo, pero era como si supiera lo que estaba por venir, mientras
que yo, impulsada por mi egoísmo y mi incapacidad de pensar en perderlo, me
negaba a pensar que nos estábamos despidiendo.
Cuando el
veterinario me llamó, al verlo solamente, me dijo sin mas titubeos, que el perro
tenía, casi seguramente, Distemper Canino
— moquillo— que todos los síntomas apuntaban
que así era. Le dije que los otros veterinarios me habían dicho que era
imposible y como fue su proceso de su vacunación. Inmediatamente me dijo que
había sido una negligencia haberlo vacunado de esa manera, que muy seguramente
el virus se había incubado ya dentro de él, y que al colocarle la vacuna, lo
único que ocasionó fue activar el virus, por eso en cuestión de unos días, el
perro se había venido abajo.
No tuve más que aceptarlo, le dije que
el perro había tenido los primeros episodios de convulsión y con esto, sus ojos
se llenaron de decepción, aun cuando sabía lo que estaba sufriendo, me dijo que
la realidad es que Kraken estaba ya en un punto de la enfermedad, en donde no
era posible salvarlo.
Lloré al instante, aceptando lo que ya
sabía. Me hizo la pregunta necesaria, únicamente esperando para que yo misma
fuese, la que pusiera punto final a lo inevitable. Abracé a Kraken sintiendo su
cuerpo con fiebre llorar contra mi pecho y simplemente negué silenciosamente, y
las únicas palabras que abandonaron mi boca fueron; “Entonces
ya no…”
Mi hermano mirando desde la puerta dijo
que había que dormirlo y con eso el veterinario se dispuso a poner fin al
sufrimiento de mi cachorro. Lo revisó por última vez, comprobando que estaba ya
muy adelantada la enfermedad y conmigo aun abrazándolo, tomó su patita y colocó
la inyección.
Kraken dejó se sufrir casi al instante,
solo tuve que esperar que su corazón dejara de latir. Sentí como si súbitamente
lo hubiesen arrebatado de mis brazos, su calor se había ido y la imagen que
tenía en mi mente, de ese perro alto y fuerte se hizo pedazos. Remplazada con
la imagen de ese cuerpo pequeño, ahora inerte tendido frente a mí…
“Se que llorando no voy a traerte de
vuelta y acepto que fue mi culpa, aun si hice lo que se supone que debía hacer,
yo era responsable de tu vida y en el momento en el que yo sospeché que algo
estaba mal, debí haber seguido mi instinto. Pero te quería ya tanto, que la
idea de que te fueses de mi lado, de que ese futuro que venía para los dos se
fuera era demasiado doloroso, y preferí creer en esas palabras placebo, de
aquellos que no supieron que lo que tú tenías, te alejaría de mi lado.
Escuché mientras estabas durmiendo tu
pecho congestionado y a los perros aullando a lo lejos. Ahora
la habitación esta vacía si ti, aun cuando no había pasado tanto tiempo
contigo. Tu partida repentina, ha sido algo extraño de afrontar, se siente como
una historia truncada, no tengo más que el recuerdo de tu cara infantil, tan
bella, que esperaba con tantas ansias crecer. Jamás voy a verla y yo soy la
culpable. Viviré con ese error, pues solo así en un futuro tal vez pueda evitar
cometerlo de nuevo.
Aun cuando para muchos seas no más que
una vida inferior a la humana, y aun cuando yo entienda la perspectiva de las
cosas, de las tragedias grandes del mundo, que acontecieron y seguirán
viniendo, aun cuando he experimentado la vida humana perderse, no por ello tu
muerte fue menos dolorosa. Para mí, esos ojos que me miraban cada mañana con
cariño, reflejaban un amor tan puro, que es difícil encontrar entre las
personas.
Ahora extraño tu carácter indomable,
tus gruñidos, el que tuviese un miedo constante a que me mordieras, el hecho de
que no pudiera dejar nada a tu alcance, de que fueras —irónicamente— tal como
aquella bestia mitológica, un destructor de todo.
Ahora cada vez que observo mis manos, veo
las cicatrices que me dejaron tus pequeños colmillos y lo que antes me
preocupaba que nunca se borrara, ahora espero que nunca lo haga.
Te extrañaré el resto de mi vida, te
guardaré como un recuerdo precioso y corto, como una estrella fugaz. Serás
siempre ese que amé tanto apenas estuvo cerca, aquel a quien le fallé. Sin
embargo no lloraré más tu partida, pues entiendo que eso no te regresará a mí. Aun
con la tristeza de tu partida, ahora miro al lugar en donde puse tu pequeño
cuerpo, sabiendo que fuiste en donde estarás rodeado de otros seres que amé
tanto como ti, que probablemente ese temperamento salvaje y tosco era lo que
eras, y jamás iba a poder domarte.
Sea dónde sea que corras, no llevarás
una correa y nadie te regañará por romper las cosas, harás todos los desastres
que quieras, sin consecuencias y que tendrás permiso de vagar hasta que te
hartes de hacerlo. Ahora eres libre, como fuiste desde un principio, naciste
para ser libre y salvaje así que puedo levantar la mirada de la tierra en donde
tu cuerpo yace, al horizonte buscándote, y decir justamente… “Release the
Kraken…”
A.I. Mendoza Seda
No hay comentarios:
Publicar un comentario