Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

lunes, 4 de julio de 2016

La realidad del lector. Parte 2 -Infancia...

Entrar en el mundo de la literatura representa un descanso del mundo real, es encontrar el contacto con una segunda conciencia y abordar un viaje. La experiencia vivencial de cada lector desde el inicio hasta el momento actual, puede ser un camino de divagaciones incomprendidas. 

        Por mi parte la historia fue simple y como muchas comenzó desde temprana edad, probablemente en algo que resultó un accidente grato para mi madre, quien con el afán de mantenerme ocupada durante sus labores hogareñas, me compró un par de libros para comenzar a leer. A manera de juego me explicaba lo que venía en cada uno de los ejercicios y después dejaba que yo rayoneara y maltratara tanto el libro como yo quisiera. Al final el juego se tornó en algo sustancioso y logré aprender a leer a corta edad.

        Posteriormente fui llevada a un curso de danza folclórica, el lugar en cuestión con aquel mural de Raúl Anguiano, tenía un encanto especial y una biblioteca bien surtida. Me acerqué a los estantes llamando la atención de los encargados, orientándome al área de literatura infantil. Así trascurrieron los días, en los que en el tiempo que me permitía, me escabullía buscando algo en que brincar de lo que siempre me pareció una insuficiente realidad. Títulos como Después del quinto año el mundoVico y Boa y Alicia en el país de las maravillas pasaron a formar parte de los recuerdos de mi niñez. Sin embargo hubo uno en particular que pese a las incomodidades del momento, ahora me resulta gracioso recordar. Sucedió que casi un año después de frecuentar la biblioteca me dirigí fuera de la sección infantil, dando trágicamente con el título Los Hornos de Hitler, pensando de forma tonta, que se trataría de la historia de algún panadero.  Pero solo abrirlo despertó lo que parece ser, el lado sombrío de todo lector, al principio sorprendida y algo perturbada, dudé sobre seguir hojeándolo, pero la curiosidad mórbida y masoquista de seguir leyendo le ganó a ese instinto, aun cuando sabía que no había manera de que aquello me dejara un buen sabor de boca.

        Me adelanté sin querer, a una conciencia de la realidad cruda e irrevocable de la guerra y de lo que en ese momento para mí fue la incomprensible imagen del tirano, la realización de la corrupción del mundo y de una humanidad autodestructiva saltó dentro de mi mente como una especie de veneno difícil de neutralizar. Recuerdo pesadillas, un extraño miedo antes de dormir e imágenes cruentas que me asaltaban en momentos indiscriminados, en la escuela, el auto, la caminata de regreso a casa, incluso mientras comía. En esos instantes, permanecía ausente, enfocando la mirada en un objeto inerte, despertando la preocupación de mi madre y mis maestros. El problema llegó a ser tratado directamente por mi maestra de preescolar, en el cual recuerdo un corto periodo de intervención en el que envió a llamar a mi mamá, y ambas me acorralaron con una serie de preguntas de las cuales solo puedo recordar un vago ¿por qué…? Y es que ¿cómo explicar que la razón de mi distracción se debía a una idea tan compleja que ni siquiera yo alcanzaba a comprender? Al final yo pensé que aquello había sido mi culpa, por mirar y buscar en dónde no debía hacerlo. Había tomado algo sin permiso y sufría las consecuencias. Mi miedo de confesarlo y ser reprendida era aún mayor, así que al final salí del problema diciendo que se debía a un reciente accidente de un hermano de mi madre en el cual había perdido la pierna. Fingí impresión e incluso lloré recibiendo comprensión, lo que por una parte me hizo sentir alivio, por otra, un sentimiento que aún permanece, y es la culpa de haber mentido de aquella manera. Como dije, no es algo de lo que me sienta orgullosa.

        Después del pequeño incidente pasaron días antes de regresar a aquella apiladora de libros, graciosamente regresé a la sección infantil, pasando nerviosamente por la sección del mencionado libro, tratando de olvidar el incidente envolviéndome en el mundo de El Principito y la irreverente Mafalda.

        La utilidad de contar esta experiencia, es hacer saber que pese a la afinidad que puede tener esta historia con otras historias de lectores; la experiencia de un lector, siempre parece ser diferente de la niñez común. Es sabido y escuchado repetidamente tanto que raya en el cliché que México no es un país de lectores. Uno podría suponer montones de cosas del porque en México la cultura de la lectura no ha florecido como en otras sociedades, pero ¿Qué tanto tiene que ver el contexto con esto? Y de esto encuentro las siguientes cifras:

“…México, país que con sus 100 millones de habitantes apenas cuenta con 500 librerías, entre ellas muchas que no son sino establecimientos muy pequeños pero que por vender preferentemente libros merecen el nombre de librerías, aunque bien podrían denominarse quioscos, puesto que su facturación es francamente ínfima.

Esas 500 librerías mexicanas, en un país con una superficie de casi 2 millones de kilómetros cuadrados, es el número de librerías con el que cuenta, nada más, la ciudad de Barcelona, en España. Esas 500 alcanzan en México para brindar una cobertura muy escasa: una librería por cada 194 000 habitantes; una librería por cada 4 000 kilómetros cuadrados…” (Argüelles, 2003, pág. 179)


        La edición del libro de donde viene esta cita, es relativamente antigua sin embargo es verdad que fuera de las grandes urbes de México, la dificultad en provincia para conseguir un libro es mayor, ya que si es que se encuentran alguna librería, sus recursos resultan extremadamente limitados, tanto que a veces, ni siquiera encontrar un clásico, es posible. En la mayoría de estos establecimientos — no todos afortunadamente — abunda un catálogo que parece haber sido escogido al azar, en el cual es difícil encontrar una obra que realmente valga la pena por la historia o desarrollo que tuvo, lo cual nos lleva a percatarnos de que en sí, el negocio de la literatura fracasa de ambas vertientes, ni los habitantes en México son propensos a comprar libros la gente puede quejarse de la falta de Internet, o de bancos, pero no de la escases de librerías  Así como los mismos dueños de estos pequeños negocios destinados a distribuir la literatura, que parecen no saber en realidad, que es lo que están vendiendo




A.I.Mendoza Seda

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