“El
problema de México es aún más grave que en otros países, porque en un 90 por
ciento las librerías no entran dentro de la categoría deseable de “buenas
librerías generales” sino simplemente dentro de la otra: “pequeñas librerías
generales”, y algunas no tan generales, aunque si pequeñas, la mayor parte de
cuyos fondos se reduce a libros de texto” (Argüelles,
2003, pág. 182)
Pienso que antes de enfocarnos en una
estrategia efectiva para la promoción de la lectura, se debe cambiar en un
principio la imagen icónica y estereotipada del lector a manera de alejar la
concepción meramente académica y arcaica de su percepción. Tal como Argüelles
argumenta en el siguiente fragmento:
“La
escuela se ha empeñado en meter en cintura, mediante la recompensa y el castigo
de la calificación, el ejercicio libre azaroso y aún anárquico de la lectura,
cuando lo hay (y, cuando no lo hay, ha establecido su obligatoriedad, nunca
desprendida, por supuesto, de las evaluaciones). Lo que ha conseguido con ello
no son lectores, sino estudiantes que, en su necesidad de aprobar la materia de
español o de literatura, se aplican y se esfuerzan en afirmar lo que el maestro
y la escuela quieren oír, para después obtener una buena nota abandonar por
completo aquello que les significó negarse, restarse, despersonalizarse; es
decir, se despegan de los libros y la lectura, que tantas mortificaciones les
dieron. (Argüelles,
2003, pág. 69) ”
Enfocarnos
en los primeros estratos de la educación es fundamental, sin embargo no es
posible un verdadero progreso si los mismos impartidores no creen o peor aún,
no tienen una concepción realista de la lectura y la esencia de su
funcionalidad.
“Tener
mucha información y no saber qué hacer con ella (porque, entre otras cosas,
solo información no basta) es uno de los más elevados precios que pagan quienes
no leen libros formativos pero piensan, con ingenua arrogancia, que tampoco
necesitan hacerlo porque tienen toda la “documentación” que, para no ignorar
nada del mundo, les ofrecen los “medios”. Esto es lo que se ha denominado “la
relación trivial con lo real”, es decir, el “estar informados” y, como
paradoja, desconocer la realidad social del medio al que se pertenece y tener
un absoluto desconocimiento de uno mismo” (Argüelles,
2003, pág. 81)
A lo largo de mi experiencia evadir
cualquier clase de categorización y discriminación es casi imposible; los
individuos tienen una extraña obsesión por ordenar todo, así los estereotipos
se hacen presentes en todos lados, no solo de país en país, o región en región,
sino que incluso en un grupo reducido, llámese cinco o tres personas, éstos
estereotipos salen a cuentas. Probablemente no de manera interna, pero si
externa, con las personas que ven de manera panorámica la convivencia y
comportamiento de un grupo de personas. Dicho esto, si nos centramos en el
contexto “no-lector” nacional que existe, el grupo de lectores pasa de ser algo
reducido a algo "raro", especialmente entre gente joven cuya mayoría
prefiere pasar el tiempo de cualquier otra manera que inmóvil leyendo un
libro.
Sin embargo la promoción y enunciación
casi obsesiva de difundir la lectura, han mitificado el acto mismo de leer,
como si se tratase de la ejecución de algún arte de alta complejidad, lo cual a
su vez frena e intimida a los “no-lectores” a interesarse en la lectura.
Resultado de ello, parece ser que no se sienten lo suficientemente capaces de
afrontarla. Si a esto sumamos, a los diferentes catedráticos de la lectura, los
cuales por medio de la prensa y los mismos académicos son presentados casi como
“momias del saber” y estos mismos a veces en su discurso parecen adjudicarse el
papel de profetas, el temor se hace más grande, y el rechazo aumenta aún más. Caso
de Juan José Arreola — antes mencionado — al cual
muchas personas, incluso estudiantes de literatura, tienen miedo de leer debido
a que se ha hecho fama de jugador intelectual. Su obra solo puede ser
“verdaderamente” apreciada por lo que parece un selecto grupo de gente que tuvo
que leer la mitad de una biblioteca para entenderlo, y es esto un obstáculo
también, el pregonar que la lectura debe siempre por definición llevar a un
conocimiento consistente y la idea de que todo lo que está impreso tiene una
finalidad y una razón, cuando en realidad, el sentido que le otorguemos a algo
leído, varía tanto del contexto del lector hasta como del momento en que es
leído. Toda concepción tiene un principio básico de validación, que es la
subjetividad, con la que se maneja una simple crítica o una opinión. No estamos
hablando de una ciencia exacta, la literatura es todo menos una serie de
preceptos inamovibles, es basta y compleja o tan simple como lo es la misma
naturaleza del ser humano.
“Creer que el solo hecho de leer los
ciudadanos se vuelven superiores es una forma muy barata de la fe en las
herramientas que ha inventado el propio género humano para consentir su vanidad
y, con ello, su intolerancia” (Argüelles,
2003, pág. 113)
A.I. Mendoza Seda.
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