La luz de la taberna es una hora más roja hasta
llegar a la media noche.
Caminan como si tuvieran los pies descalzos,
con una facilidad torpe, que las mantienen derechas, rígidas y tambaleantes, al
igual que sus carnes enjutas en aquellos tubos de telas brillantes, que fungen
como vestidos.
Ríen descaradamente; otras más calladas, como
si estuvieran vendiendo joyería, se acercan discretamente al oído de los
clientes susurrando seguramente alguna cifra. Todas iguales, con sus respectivos rostros.
De entre la multitud de muñecas mal pintadas,
destaca la solicitada chica de cabellos negros, lacios, tan parejos que parecen
estar matemáticamente distendidos. Su sonrisa blanca, los ojos pardos y grandes
como un par de ciruelas brillantes bajo la calurosa luz carmín, tiene puesto
uno de sus tantos vestidos negros, dejando ver toda la longitud de sus piernas
blancas hasta los tacones obscenamente altos; sonríe, irónicamente tímida, como
si ante los halagos sobrados de sus posibles clientes no supiera que responder.
A veces parece que no piensa en nada, se queda distante mirando el espejo
detrás del aparador, contemplando su reflejo cortado entre paneles de botellas
de alcohol, como si el objeto de su amor fuese sí misma, solo así… Interrumpida solamente, por la voz de algún borracho, al que simplemente le
permite tocarla.
Cuantas veces imaginé sentir el tacto caliente
de tus piernas a través de tantas manos, cinco, diez; en las expresiones de tu rostro, en tu garganta. En la
intimidad que guardas descuidadamente se encuentra la esperanza para aquel que
te toca en las noches de insomnio y hastío, y para los que te miran de lejos,
una caja que guarda las desventuras y tragedias del mundo; cuantas veces has
sido primera, cuantas veces has sido última, cuantas veces rescatada, cuantas
veces encerrada; eres alivio y pesadumbre, mía y de todos querida, despreciada,
Pandora…
Algunas veces he cruzado miradas con ella,
absorta simplemente me sonríe y a veces incluso, parece que quiere me
acerque. Finalmente, una noche tras varias copas de valor, lo hice, como
un pequeño felino cazando una lagartija, sin que se diera cuenta estuve a solo
un metro de ella… Error fatal, salí aquella noche de la taberna deseando borrar
la imagen cercana de su presencia.
Es horrible cuando la miras de cerca, sus
cabellos parecen arrancados por la fuerza de algún viejo maniquí, de un almacén
que cerró desde los años 50´s, son tiesos y secos como la textura de su piel
rugosa y amoratada; sus pestañas hartas de plastas se fruncen hacia
todas direcciones, haciendo parecer que sus ojos están torcidos uno contra el
otro. Descubrí que uno de sus ojos siempre está mirando hacia dónde no debería
mirar, sus labios resecos y despellejados apenas son cubiertos por el ridículo
tono magenta que tanto se esmera en recargar, cuyo lápiz labial seguramente repasa
tantas veces en la noche, que supongo debe gastar uno a la semana…. Muñeca
maltrecha, usada y tirada; se levanta embadurnada de la apestosa baba de los
vejetes, que la compran por unas horas y
después parecen arrepentirse de la adquisición.
Si, Pandora eres horrible cuando estás cerca,
sin embargo no fue aquella imagen vulgar lo que me hizo salir huyendo aquella
noche, sino la marca inexorable que vi trazada
en tu espalda, la prueba de que soy la presa que el destino ha engordado para
ti… A través del absurdo escote de la espalda de
Pandora, una explosión de estrellas dibujan un camino extraño, en el que mis
ojos expertos se perdieron, marcas negras, negras estrellas, pequeños puntos
tan cercanos y lejanos se colocaban en todas direcciones; los más intensos, justo
como las estrellas que marcan las constelaciones...
Allí estaban, tantos puntos marcando la imagen
de una constelación, allí estaban Deneb Algedi, Nashira, Armus, Alshat, Pasan y
Gliese 785, acompañada de todas sus hermanas, ¿Cómo escapar de semejante presagio?
Esa noche no pude dormir imaginando y tratando
de desarmar aquella constelación de su espalada, imaginando que era mentira,
que yo regido por Saturno estuve mirando la luna de manera tan descuidada… Pretendí nunca haberla visto, conocido; pero el
hedor a cigarro en su cuerpo y ese perfume barato venían a mi mente cada vez
que pasaba un café, cada vez que subía a un autobús, ¿Cómo no recordarte
Pandora?
Hoy regresé de nuevo, de nuevo me encuentro
mirando a tan pequeño, hermoso y deforme satélite, no puedo alejarte Pandora,
tu tampoco puedes huir de la fuerza de gravedad…
Gato Negro
No hay comentarios:
Publicar un comentario