La inevitable tarea de crecer inicia una vez que la unión fundamental de un ser humano se trasforma en una
célula. La vida ciertamente se compone de todas estas etapas tan complejas.
Elegir, como lo hacemos desde que nos convertimos en ese embrión, es una acción
únicamente concienciada del ser humano, sin embargo elegimos antes de nacer, o la genética elige por nosotros. Seremos hijas o hijos, seremos
altos, gordos, blancos, morenos…
Una vez que nuestro cerebro se
trasforma en este mecanismo poderoso de absorción y desciframiento, pasamos a
un nuevo nivel. Pasamos de ser esos seres indefensos a naturalmente intentar
valernos por nosotros mismos, aprendemos paso a paso las tareas y los
procedimientos que vemos a nuestro alrededor, descubrimos que vivimos en una extraña esfera flotante en un universo que no alcanzamos a comprender ¿de dónde
viene? ¿en dónde termina?. Aun
cuando no todos podemos lograrlo con la misma eficacia, crecer es inevitable y
podemos mirar atrás, dentro de nosotros, descubrir e indagar hasta esa primera
imagen, a ese primer recuerdo.
De una u otra forma nos las
ingeniamos para crear un rostro en el cual reconocernos y esconder el
verdadero. Somos egoístas con nosotros mismos, hay una persona que solo existe dentro
de nuestra habitación. Con el tiempo muchos deseamos cosas que no se nos fueron
dadas, por fáciles o difíciles que sean de conseguir. El ser humano sigue una
ruta a un objeto o un sentimiento y una rutina y los más aventurados, a un
sueño.
Todos tenemos sueños, ese es el
ideal de vida y algunos ideales son mas sencillos que otros. Entonces elegimos un lado; elegimos entre estar bien con aquellos que observan esperando pasar el resto de su
vida en un estado de paz, que esperan ser felices y recordados por sus hijos, por sus
nietos y tal vez —con suerte— pasar algo de sabiduría a los bisnietos. O estar del otro lado, desear algo distinto, hay algunos que
desean simplemente nunca morir.
Es verdad que entre todas las
actitudes del ser humano, la mezcla de algunas de ellas crean verdaderos
personajes de cuentos de terror, tal vez más valientes, alejados de la idea de
un castigo eterno, de una consecuencia en esta vida. Otros no podemos
soportar la idea de solamente dormir y jamás volver a despertar.
Sin embargo es verdad, que estamos
rodeados de muerte, mueren aquellos a quienes amamos, aquellos a los que
creímos invencibles en su juventud. Hace poco pude verlo, cuando las flores se
marchitan antes de haber florecido. No puede evitarse el pensar y lamentar el
proceso de una vida truncada, el rostro de aquellos a
quienes conocemos y admiramos se encuentra presente en nuestros planes, de forma intima o fugaz.
Los rostros van
desapareciendo, pronto, cuando esos números del día al día van cambiando,
cuando las horas del reloj van avanzando, podemos notar que el tiempo corre de
una manera aterradora, incluso sobre nuestros cuerpos. De pronto el latido de
nuestros corazones parece el conteo de una bomba a punto de detonar. Nos
quedamos sin tiempo, no podemos ver esa cuenta regresiva, ese cronometro
agotándose segundo a segundo hasta llegar a cero...
Hay pocas cosas que podemos hacer
en este mundo con la certeza de que podrán ser. Nos aferramos a creer que hemos venido por
algo, a elegir algo, tal vez en el fondo todos creemos ser especiales. Tal vez nadie
lo es. Solo podemos intentarlo, caminar por esos senderos que nadie toma, esos
que se piensan cerrados e intentar atravesarlos. Ignorar las voces que te
gritan desde lejos que estas tomando el camino equivocado y seguir avanzando,
en espera de llegar a eso, a esa creencia de que podemos conseguir algo más,
convenciéndonos en verdad de ser diferentes.
Nadie puede vivir basándose en las
convicciones de los demás. Complacer a todos aquellos que nos rodean es
imposible, mucho menos a toda la humanidad. Hay odio y amor en este mundo, hay
envidia y amistad, hay caminos y como desde el momento en que una vida se crea
en esa génesis diminuta dentro del vientre de nuestra madre, debemos elegir, o
dejar que elijan por nosotros…
A.I. Mendoza Seda
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