El
conocimiento: impulsor de todas las dichas y desgracias del hombre. Una voz,
una fuerza que llevó el instinto a desaparecer un momento a mirar a
las estrellas y darse cuenta, que la tierra, se movía…
Es curioso
pensar en las diferentes teorías que envuelven el conocimiento del hombre, la
evolución de un pensamiento que se vuelve meticuloso, se amplia y a veces ello
se deriva en algo mas pequeño, como en el circuito de un teléfono celular.
La transferencia
del raciocinio humano, para los más realistas —tal vez— es el resultado de
miles de años, derivado de un proceso de evolución. Sin embargo es imposible
ignorar que entre nosotros y las demás especies que existen en la tierra, hay
un salto importante ¿porqué solamente nosotros resultamos de esta manera? Qué
evitó que criaturas tan antiguas como los lagartos y las ballenas alcanzaran
niveles de razonamiento tan complejos. Aun ahora, nos asombramos, cuando un
animal, incluso un mamífero como un chimpancé logra establecer una comunicación
con nosotros. Un conocimiento que va más allá del pensamiento básico y la
satisfacción de las necesidades fundamentales. Tal vez en verdad somos inteligentes, o tal vez tontos...
Rondando por este pensamiento recordé las teorías que no por
fantasiosas pierden de cierta manera su encanto. Particularmente no me
considero una persona católica, ya que estoy más cerca del pensamiento
agnóstico. Dios es un ser incomprensible para mi, una fuerza cuya voluntad no
puede ser juzgada como buena o mala, simplemente existe y por alguna razón
esta conectado con nuestra existencia.
Mis memorias me llevaron a la poética de Jaime Sabines, a este corto pensamiento,
en Yo no lo sé de cierto que evoca en algún momento, a la suposición de los grados del conocimiento, de aquello que no es una certeza, cuyo discurso es recurrente a la soledad y a la degradación.
Habla también del conocimiento vinculado con el elemento luz, actuando como una virtud que se eleva al grado de aquello que es imposible para el hombre. La sabiduría infinita que termina plasmada de forma dispersa, que es como un rayo de iluminación que no se puede observar con detalle, ni siquiera apreciar de forma cercana. Tal conocimiento dicho de ésta manera es llevado al nivel de lo incomprensible, aquello que el ser humano sabe o mejor dicho, siente que existe. Llegado a un punto, no puede comprobar su veracidad completa, es decir, la sabiduría infinita está realzada al nivel de lo divino.
Habla también del conocimiento vinculado con el elemento luz, actuando como una virtud que se eleva al grado de aquello que es imposible para el hombre. La sabiduría infinita que termina plasmada de forma dispersa, que es como un rayo de iluminación que no se puede observar con detalle, ni siquiera apreciar de forma cercana. Tal conocimiento dicho de ésta manera es llevado al nivel de lo incomprensible, aquello que el ser humano sabe o mejor dicho, siente que existe. Llegado a un punto, no puede comprobar su veracidad completa, es decir, la sabiduría infinita está realzada al nivel de lo divino.
Comprendiendo
esto y atrayéndolo al contexto diario, la divinidad representada de manera
perfecta dentro de la tradición católica, viene a coincidir con el inicio y el
término de un concepto completo. Aquello que es perfecto.
Dios. Él sería el único ser existente capaz de conocer la verdad absoluta y al hacer al hombre su
semejante, impregna en él su capacidad de razonamiento, más no de perfección.
Es por ello que un hombre común, cuyo pensamiento nace de su mente, no es capaz de afirmarlo por hecho verdadero.
En el contenido
de Yo no lo sé de cierto,
Sabines plantea un símbolo infinito entre el hombre y su relación con el
discernimiento, que lo sitúa en su realidad presente como ser existente, dentro
de un contexto que puede interpretar más no comprender. Por ello, la situación
en la que se plantea dicho “algo” que lleva al sujeto a una reflexión
existencial, tiene
que ver con su parte de divinidad que le corresponde y a su vez
también con su parte humana e imperfecta. Aquella conciencia de estado que
habla de manera supuesta, llevándonos en un camino de reflexiones posiblemente
acertadas y que termina llevado al individuo al mismo
lugar en donde empezó. La razón de un ser único, de ser perfecto y de ser un
poco más cercano a Dios, arrastrado por su propia conciencia de conocimiento y
unión.
En pocas
palabras aquel “algo” inspirador, que vive dentro del corazón humano, que lo ha
impulsado a lo largo de su historia a construir y destruir el mundo, a moldear
su entrono, para Sabines, viene de la capacidad de
raciocinio que hay en el hombre, cualidad que según este texto, creo yo,
adquirimos de una fuerza externa, a la cual muchos reconocen como Dios…
A.I. Mendoza Seda
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