La cualidad del tiempo se
nos entrega a todos. Es un reloj en cuenta regresiva, injustamente, no sabemos
cuándo está marcando números rojos.
Algunos
prefieren pensar que es cada día.
Otros
deciden olvidarlo…
Aun no existe la receta
para saber cómo vivir como un ser humano. Los animales lo saben, pero nuestro
cerebro no encuentra una respuesta; crea callejones sin salida, y se pierde en
sus propios laberintos.
Decisiones…
eso es todo.
Cuando se es joven se piensa en
el futuro como algo lejano y muchas veces idealizado. Contamos con las
probabilidades a favor, siempre hay tiempo para todo. Sin embargo llega el día,
en que ese número a un lado de nuestro nombre va cambiando, y pasa de ser un
solo número a ser dos, y el primer dígito pasa de ser uno a ser un dos, y
conforme ese dígito al final de esa cifra avanza, la cantidad aumenta, y pronto
nos damos cuenta de que tal vez ha venido un tercio de nuestras vidas, un
cuarto, la mitad… más de la mitad…
El tiempo corre, la
inevitabilidad de la muerte se acerca, los números ahora se encuentran en
obituarios, y en las cruces en los panteones nuestras fechas de nacimiento.
Pronto nos damos cuenta con el paso de ese segundero, implacable. Que no, ya no
hay tanto tiempo.
Los planes se aceleran, pensar
en el futuro se convierte en un plan a corto plazo, y a veces las
circunstancias convierten nuestros sueños en un kamikaze. Se viene la vida, se
viene todo, el tiempo corre, el futuro, ese futuro que imaginamos de niños, se
desvanece con cada paso en falso.
Tenemos al final una oportunidad,
un tiempo límite. Es una carrera contra nosotros mismos, contra un escrito,
contra una premonición, en la que tenemos los hilos de esas cuerdas, en que
nosotros decidimos las reglas.
El
futuro es incierto.
Pero
tenemos la ilusión del libre albedrío…
Nocturno
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