¿Y a
dónde nos llevará la muerte ahora? ¿A llorar con lágrimas quebradas, a cantar
con la fuerza que en el cuerpo quede, a pensar que en el más allá alguien
cruzará a los muertos mientras les regala chocolate recién hecho o a morir en
la tumba del amado como el perro negro de José Alfredo? ¿A dónde me llevará la
muerte, a imaginar a la multitud, que ellos están allá en la mesa larga con
manteles bordados, escuchando corridos, comiendo morisqueta y bebiendo tequila?
El
Manchas, mi perro de la infancia está tomando litros y litros de coca porque al
fin y al cabo la diabetes no lo puede volver a matar. Estará mi tío Javier
boxeando o jugando a las vencidas con mi tío Pepe mientras Monchis bebe de la
botella de caguama porque en la muerte nada se prohíbe, porque el exceso es una
extensión del placer. ¿Conversaran el abuelo Tadeo y el abuelo Javier del
temporal de lluvia, de los poemas de Pablo Neruda? La abuela Lola de seguro ha
de estar cantando “Yo soy como el conejito” mientras el tío Andrés cosecha
sandias. Y don José, mi amigo, mi gran amigo ¿estará sonriendo tirándose unos
buenos huacos porque en la muerte acaba uno de consolarse de la vida?
¿Estarán
oyendo los ecos de este ruido de insectos y bullicios vitales, probando el mole
con tortillas recién hechas, mojando sus pies en el río que se atraviesa cuando
la vida se vuelca y se torna invisible? ¿Estará allí mi tía Evangelina, la
querida tía Evangelina, estará peinando sus cabellos rubios de mazorca, esperando
mi llegada, la llegada de los que van de salida, de los que ya no se quedan? ¿Tejerá
y destejerá como Penélope gabardinas para que cuando yo llegué no sufra fríos?
¿Cuántos
estarán dónde mi mente los dejó, donde mis recuerdos los soltó en el agua de la
obscuridad? ¿Cómo estarán aquellas pieles que toqué y besé? ¿Cuál será el aroma
de sus cabezas adormecidas? ¿Cuántos kilómetros nos separan, cuantas lágrimas
se han de estar ahorrando sus ojos? cuántas preguntas sin respuestas y sólo, y
únicamente esta cabeza mía que piensa en la muerte como Macario que compartió su guajolote sólo para tener más tiempo. El
tiempo que yo poseo para pensar en la muerte, en la que cuesta creerla, en su
existencia que está del otro lado y aún no sé exactamente dónde. Esa muerte que
nos separa y a la vez nos sueña, la muerte que desde que nacemos nos rodea, nos
barniza las uñas, nos hace trenzas. Esa muerte que acaba lo que un día se
atreve a empezar, esa muerte de figura abstracta, de perseverancia
incondicional. La muerte que es de los muertos y de los vivos.
Qué
muerte viven los muertos, qué vida vivimos los vivos. Qué baile nos apetece
bailar. Hoy voy acompañar el compás de los muertos y los vivos porque todo va
junto, una cosa primero luego la otra, pero siempre el mismo destino. Vamos a
revolvernos, a gozar la muerte en vida y la vida en muerte porque lo único que
queda es el baile, la risa, el dolor y el placer de vivir de ratos y morir para
siempre.
Trompa de Mosca
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