“Y se hizo la luz” el
mundo dejó la obscuridad, al nacer abrió los ojos y la luz entró en su cuerpo.
El
cuerpo está inundado de millones de relámpagos dorados, hay también una
incandescente luz roja. Alrededor existe la luz de la computadora, el celular
encendido por algún adolescente perdido en su identidad invisible. Los puentes
de luz que se ven afuera de mi ventana, el zigzagueo de luz que forma ese
tráfico. Imagino que también en mis ojos hay luz, la luz de todas las luces que
me rodean y las luces de mis recuerdos y de los subterráneos de mi alma.
¿Cuánto brillará mi luz interior? ¿Será una luz azul de neón
o dorada tan dorada que brilla como el sol? ¿O será discreta y dormilona? ¿O
estaré en saldos rojos? ¿Es que acaso estoy irradiando la luz roja, la más
peligrosa de todas las luces?... ha llegado el momento que el lector se
pregunte cuánto brilla su luz. Se acerque al espejo más próximo, mire sus ojos,
observe más allá de su iris, entré tan dentro que comience a viajar en su
propia historia. Aparecerá su nacimiento, el primer llanto, el primer paso
tembloroso, el sabor de la primera manzana de su humanidad, aquellos alimentos
que comenzaron a cargar de luz la vida. ¿y si los alimentos que probaron no
tenían color, eran como pedazos de cartón? Quién los recibió en aquella vida
recóndita, qué vieron sus ojos, qué sintió su carne. Sus genitales han sido
tocados con ternura o con asco, con
malas intenciones, con ganas de explorar o con deseos de ultrajar. Ustedes
mismos, cómo se han tocado, qué tipo de caricias se obsequian. ¿Hay caminos
obscuros, caminos bifurcados, grietas que fueron destrozando las veredas? ¿O
hubo tanta luz que su infancia fue una feria constante de cuetes y algodones de
azúcar? Y ahora a la edad que tienen, cuánta luz permanece en su oído, en sus
ojeras, en sus brazos, en la barriga, en el paso de baile que son capaces de
ejecutar. Qué hay de la luz que siempre tiene que estar encendida con los
aceites de la nostalgia; que es tristeza y poder.
La luz está concentrada en todo, incluso en la obscuridad,
en las sustancias que nos dijeron que no probásemos, en los terrenos que nos
advirtieron no pisar, y pisamos. Nos llenamos de moho, nos despeinamos,
comenzamos a perder la luz, nos cansamos y agotamos las velas, los cerillos,
los encendedores, porque tronamos las reservas de luz, las danzas que hacían
que la luz siguiera fabricándose. Quedamos en saldos rojos, esa luz que nos
indica que estamos perdiéndonos a nosotros mismos, que estamos en peligro de
extinguir la luz, de quedar en banca rota. Si es el caso, es el momento que el
lector siga las siguientes indicaciones; se cuelgue de cabeza, sienta cómo la sangre se le atiborra en el
rostro, vuelva a nacer a las nuevas cosas, es hora de olvidar todo, de llorar
como un bebe, de querer estar con los padres, de sentir la protección del más
fuerte. Tiene que dejar que el óxido de la luz se limpie con paciencia y
trabajo, es hora de dejar que la naturaleza focalice la luz que existe en todos
los universos. Es el momento de volver a enamorarnos a nosotros mismos.
Trompa de Mosca
No hay comentarios:
Publicar un comentario