Es diciembre, el mes del frío y el
ponche caliente. Ya se pueden apreciar en las casas y en los comercios, las
tiras de lucecitas pendiendo de los muros y de los árboles, los pinos navideños
cargados de esferas y papel brillante, los “nacimientos” llenos de ovejas y
pastores, los villancicos. Se avecina una de las más relevantes celebraciones
que aunque principalmente atañe al contexto católico, avasalla casi a nivel
general a toda la sociedad: la navidad.
Está milenaria (si pudiera decirse así)
tradición que surgió como una veneración al humilde nacimiento de cristo, y que
a lo largo de la historia ha ido evolucionando hasta convertirse en el festival
del anciano regordete y bonachón que se viste de rojo.
Para un gran sector social la navidad es una
época de paz y amor, un día en que los hermanos se liman las uñas y evitan
hablar de las herencias durante la cena, el día en que las familias se reúnen
alrededor de una fogata y beben ponche de frutas y alcohol y cuentan chistes y
anécdotas y piden posada y cenan pavo y destapan botellas de sidra, en fin, esa
noche se estrechan todos y se desean el bien, hacen las pases al menos mientras
dure la celebración. Y cuando dan las doce y alzan sus copas, se alegran de que
haya por lo menos un día al año, en que todos y todo hagan la tregua.
Para otro gran sector la navidad, tiene
tintes melancólicos y tristes, para aquellas familias que como la de María y
José avanzan por caminos llenos de polvo, montados en asnos o para aquellos que
se trasladan 365 veces al año, a pie o en camiones urbanos de un extremo a otro
de la ciudad en busca de sustento, para ellos, es un día en que las madres
rezan por sus hijos vivos o muertos, cercanos o ausentes, un día en que los
parientes de Estados Unidos se acuerdan de su familias y se arriesgan a darse
una vuelta hasta su terruño o por lo menos telefonearles cuando la cuenta
regresiva llegue a cero. Para esas familias que abren las cartas de sus niños y
se dan cuenta que el ahorro no alcanza para un Max Steel o una Barbie o una iPad y que solo tienen para sus
hijos un pino escueto y un par de caballitos de plástico made in china. Para ellos que se sentarán a la
mesa con un plato de caldo de pollo habrá indudablemente por lo menos la
satisfacción de saberse juntos, sin embargo será difícil no darse cuenta que
mientras los reyes magos visten sus lujosas prendas y alhajas, aquel tan
venerado niño duerme en un pesebre.
En fin mi
intención no es asumirme el
grinch 2015, porque no todo es malo, también
hay gente para la cual la navidad es alegría y satisfacción, para esta gente
que se preocupa por los pobres y toma iniciativas como el buen fin, ese fin de semana en que las empresas
le ofrecen a la clase media aparatos, muebles y juguetes, “más baratos” en los
cuales gasten su aguinaldo. Para esta gente que atiborra la televisión de
comerciales y amablemente “devuelve” poco de lo mucho que sus clientes internos
como externos le han dado, para ellos la navidad es la época más alegre del año.
Pero
bueno, al menos celebremos que a pesar de las calamidades que nos han azorado
durante el año, ya llegamos a diciembre. Así que no queda más que alzar las
copas y brindar por la navidad.
Edgardo Aguilar
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