Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Una anécdota de ayer



¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas?
Si son inútiles para tu vida, inútil
es también aguardarlas.
Si son necesarias, ellas vendrán
y vendrán a tiempo.

                   El cotidiano a veces me rebasa, me hunde, me transforma; he decidido cada día rehacerme y convertirme en otra cosa: quizá en Gregorio o el mismo Kafka.

                  Sin tener mucha suerte me doy cuenta que consigo que los días siempre cuenten, ya sea en un centímetro más a la altura de mi hijo, su sonrisa o el cálido abrazo de mi compañero de vida al terminar el día. Cuentan cuando salgo del trabajo y a lo lejos escucho “que le vaya bien maestra”. Sutil, casi imperceptible, son momentos que validan mi existencia.

                  El cotidiano siempre retorna ¿por qué regresas a enclaustrar el pensamiento? Siempre le pregunto… Ayer no vino, me altero el día, la vida. Ayer mi hijo no me dio sonrisas solo el sonido de una perversa tos que amenazaba con lo que hace meses nos enfrentamos: bacteria, virus o términos médicos de una respiración alterada.  No lo pensé más, soy una madre altamente aprensiva, acudimos al IMSS. Al llegar vi a Erick, con la constancia, tolerancia y determinación de siempre; su sonrisa, sus ojos, su caminar; lidiaba con una sala repleta de pacientes y voces impacientes que cada segundo gritaban: !!!Erick!!!!

                Solos Iker y yo, esperando nuestro turno, veíamos pasar a Erick por un largo pasillo, y solo la voz de Iker que como eco quedaba: ¡papá! La noticia llegó: placa simple de tórax, posible bronquitis; ¡no otra vez! Me sentí el ser más desafortunado, me invadió la ansiedad, la tristeza, el mundo se comenzaba a desmoronar lento, Iker no sonreía, Erick con la mirada cabizbaja y su cara revestida por un cubre bocas que intentaba borrar la expresión de angustia que compartíamos, no quería hablar. Seguía la espera.

               Sala de urgencias, un olor a suero, alcohol, lágrima, sangre; olor a ansiedad, tristeza, sueños rotos. Nos dedicamos a observar, ¿qué vimos? Ojos apagados, manos trabajadoras, carencias, madres hundiéndose en pozos de tristeza y frustración, cuerpos doblados, pasos, muchos pasos. ¿Cómo es que somos tantos en este trance y no nos detenemos a observarnos? Todos amontonados, solos, ensimismados, nunca nos vimos.

                Contrastes de la vida son estos que me hacen reaccionar, salir con un diagnóstico positivo y ver que soy tan afortunada de tener los medios para que Iker no padeciera el entorno de un hospital, que no escuchara el llanto, el dolor, la ausencia de los que ahí parten; afortunada de salir ese día y poder respirar fresco y escuchar a Iker dormir profundo.  Él y yo vimos que estamos, nos vimos a los ojos y nos dimos cuenta qué afortunados somos, por el tiempo, por la salud que se quebranta pero vuelve a ser ella…

                Y digo que a veces el cotidiano me rebasa porque soy tan ciega a lo más perceptible, ciega a los días cargados de la presencia de mis padres, de sus voces llenas de verdades, ciega al camino que recorro con mis hermanos que son mi bastón, ciega al voltear cuando duermo y no volteo a verte Erick que permaneces sin quebranto; ciega al no ver siempre que Iker es mi verdad absoluta.


                Desde ayer me sugerí disfrutar los días, estas horas que han sido mal gastadas, sugiero disfrutar el paso de los años que nos encaminan a ser más humanos; me sugiero voltear solo un poco para reencontrarme y seguir viendo que en efecto no es el cotidiano soy yo. 


Julieta Oliva Cuevas

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